Astrid & Gastón tiene sabores en la oscuridad

Dicen que de la vista nace el amor, pero Yerika Muñoz, chef ejecutiva del restaurante Astrid & Gastón México, ha cambiado mi percepción.

Yerika Muñoz

        Recibida por un equipo de meseros con debilidad visual, la experiencia sensorial fue absoluta. Con celular apagado, oídos abiertos, lengua preparada para los sabores, el olfato de un sabueso y manos dispuestas para las texturas y las temperaturas, comencé la noche con un Pisco Sour de Granada.

       Sentarme a la mesa fue toda una odisea. Tuve que confiar en que la silla siempre permanecería inmóvil ante mi reciente “ceguera”, utilicé mis manos para conocer el montaje de esa noche y descubrí que el vino sería un invitado silencioso que le daría el toque especial a la velada.

Cena a ciegas

 Ya sentada, la música en vivo armonizaba las voces de las indicaciones de los meseros, quienes han sido preparados durante seis meses para ofrecer este servicio. Siguiendo el sentido de las manecillas del reloj, a las doce, estaba mi copa de agua, enseguida la de vino blanco y a un costado la del tinto. A las tres, la cuchara y los cuchillos. A las nueve permanecieron los tenedores y el platito con dos piezas suaves de pan.

      Estaba acostumbrándome a esa penumbra artificial cuando pusieron en mi mesa un ceviche de atún con leche de tigre de granada y chifle de plátano. La primera cucharada descubrió al platillo más por mis recuerdos que por la textura del pescado. El plátano macho tiene un sabor inconfundible y la granada un tamaño que no se olvida. Maridamos con un Casa Madero Chenin Blanc, fresco, afrutado, apropiado.

 

Cena a ciegas

Enseguida, Juan Martínez, quien perdió la vista como consecuencia de un balazo en la cabeza, retiró el platillo para meter un capelli con hongos y queso de cabra con crujiente de parmesano y croutón de pesto. Era delicioso. Las texturas, los sabores, la temperatura, todo era perfecto para ofrecer un festín de sabores al paladar. Para este platillo, un Malbec de Casa Madero que armonizó a la perfección.

      Y como el postre no puede faltar, entró sin titubear un mousse de chocolate con sorbete de mamey y crocante de granada. Mi olfato descubrió el chocolate casi inmediatamente y mis papilas gustativas le gritaron al cerebro: ¡Esto tiene mamey!

      Finalizamos la noche de oscuridad con un licor de hierbas ibicencas con café Can Rich, fuerte al paladar, poderoso para la cabeza.

      Sin duda, una experiencia que debes vivir al menos una vez en la vida porque lo sabroso es invisible a los ojos. astridygaston.com.mx