10 años y 99 números publicados de Food and Travel México nos han enseñado que entre más lugares conocemos y más nos inmiscuimos en la culinaria de una región, más se expanden los horizontes de posibilidades, de historias que narrar. La infinidad de relatos que se tejen cuando un viajero se entrega a un destino desconocido con la curiosidad despierta y los prejuicios domados nos inspira a seguir descubriendo y relatando.

Cientos de entrevistas con cocineros que hacen alquimia y nos emocionan con sus creaciones apenas nos han logrado mostrar algo sobre la posibilidad inabarcable de sabores que nacen a partir de un solo ingrediente. No importa cuántas horas y kilómetros hayamos recorrido para fotografiar el atardecer perfecto, nos queda mucho que aprender sobre las lecciones que nos quiere enseñar cada día al morir.

Poco logramos vislumbrar sobre las afirmaciones que dictan que los viajes transforman, ilustran o expanden horizontes, porque esas premisas dependen en su totalidad del viajero y no de la experiencia: como lo dijo Pessoa en su Libro del desasosiego: “Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”.

Pero a lo que no podemos escapar, es del regalo que da, generoso, el viaje por sí mismo: el don de conocer un poquito más acerca de nosotros mismos, de habitar el presente, de hacernos observadores de momentos irrepetibles que, conscientes o no, nos están transformando. Entre más viajamos y volcamos todo lo vivido en palabras e imágenes idílicas, más nos damos cuenta de lo mucho que nos queda por recorrer y de lo privilegiados que somos de crear para ustedes las páginas que les entregamos en cada edición.