Absolutamente todos los estímulos que emite Marrakech son una provocación, de esas que gustan, que hacen sentir la vida corriendo por las venas, dice Cecilia Núñez. Fotos: Cortesía de La Sultana de Marruecos. 

Se habla tanto del carácter seductor de ciertos lugares que cuando uno realmente cautiva todos los sentidos, hasta casi embriagarlos, la mente busca un nuevo adjetivo que le haga justicia. Confieso que tuve que regresar por segunda vez a Marrakech para encontrarlo. No lo logré. Esta es una de esas pocas veces en las que el concepto de seducción en los viajes no exagera, sino que describe la esencia más pura del sitio, y le queda a deber. Aquí no hay espacio para la indiferencia. Todo lo que sucede ante los ojos del viajero, lo que perciben sus sentidos, se encarga de recordar que estas son tierras que hechizan.

Por la vista: donde el desierto desborda vida

Marrakech entra por los ojos anunciándose con el ocre un tanto rojizo de los edificios y murallas de su Medina, la ciudad fortificada. Las construcciones de adobe consiguen mimetizarse casi por completo con su desértico entorno. Pronto surgen los matices. La llamada Ciudad Roja se levanta en medio de un oasis de palmeras, de extensos jardines de olivos centenarios, naranjos, rosales: un manifiesto verde de vida en medio de la aridez. Todo enmarcado por las elevadas cumbres del Atlas, cuyos picos parecen ser eternos guardianes.

Marrakech

La postal de colores en armonía de la misma gama y arquitectura de aspecto redondeado. Con arcos y voluptuosas cúpulas, se interrumpe en Yamaa el Fna, la plaza principal, un hervidero de puestos multicolores, caóticos, excesivos, incitantes. Es aquí donde se cuenta la historia de esta ciudad fundada en 1062, cuando los almorávides, un grupo de monjes y nómadas provenientes del Sahara, cruzaba el desierto hasta establecer un punto de descanso, justo aquí, a mitad del camino hacia los puertos del mediterráneo.

Al caer la tarde, en la plaza principal, la vista se llena de escenas deslumbrantes a cargo de los personajes más exóticos:

  • Músicos callejeros.
  • Bailarinas del vientre.
  • Tatuadoras de henna.
  • Comerciantes de productos milagrosos.
  • Vendedores de dentaduras (sí, de dentaduras).
  • Monos que saben hacer actos circenses, saltimbanquis, cómicos, estafadores, serpientes con sus respectivos encantadores.
  • Cuentacuentos que llegan del desierto con sus historias transmitidas oralmente de generación en generación (y a los que los marrakechíes escuchan fascinados).
  • Aguadores, aquellos que desde la antigüedad, vestidos con ropas coloridas para llamar la atención, dan agua a los transeúntes (en una cazuelita a cambio de centavos), la comunidad marroquí y otros tantos extranjeros (tan o más magnetizados que las famosas serpientes).

Pero lo más emocionante de la atmósfera que se genera en la Plaza, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es que todo este espectáculo es auténtico, lleva sucediendo en este mismo lugar desde tiempos inmemoriales y dista mucho de ser una función para turistas. Y todo, todo, sucede, al mismo tiempo, en un parpadeo.

Laberinto de aromas, texturas y sabores

Marrakech es olor a inciensos humeantes, a azafrán, a especias, a té de menta, a comida callejera, a pieles curtidas de oveja o de camello. Es una montaña rusa de emociones olfativas. No siempre aptas para los más sensibles.

También suena a tambores, a ritmos de músicos gnauas (miembros de cofradías místicas musulmanas de origen sahariano), a flautas encantando serpientes, a la voz sutil de niños y mujeres,  a la voz estruendosa de los vendedores en la Medina, a todos los idiomas imaginados hablados por los viajeros y, cinco veces al día, suena al llamado al rezo.

Marrakech sabe a dátiles acompañados con leche de almendra; a esos bocados que se disfrutan mejor cuando se comen estando de pie sobre las aceras. A brochetas de pollo al limón y ternera, también a albóndigas. Un ligero sabor  a cuscús con sus diez verduras; a Tajín de carne de cordero (platillo llamado así por su cazuela plana de barro con una tapa cónica abierta por arriba que se deja al fuego por largo tiempo). A pescados, tazones de caracoles con salsa picante o de harira (sopa caliente de verduras). Evoca a jugos de frutas naturales recién exprimidas y a una pastilla (una dulce mezcla entre almendras, azúcar, canela, pollo o pichón)…

Marrakech incita al tacto, con sus variedad de textiles, de pieles, de sedas, de tapetes y alfombras. Invita a sentir la textura de sus miles de especias, sus aceites, de la arena de su desierto. Induce a acercarse a las danzantes del vientre y a dejarse envolver por el calor y las esencias naturales de sus baños de vapor o hamman, donde las mujeres bañan a los asistentes con jabón negro o beldi, hecho de aceite de oliva negra, con propiedades exfoliantes naturales, y luego realizan una exfoliación intensa con el guante negro o kassa. Y todo eso sucede en un laberinto urbano indescifrable: la medina marrakechí.

Imposible olvidar, ni por un segundo, que se está justo en este punto del mapa, al norte de África, en las costas del Atlántico y el Mediterráneo.

Yamma el Fna es el umbral de entrada a este mundo de zocos (mercados árabes), comida callejera y artesanos en el interior de un sistema imposible de callejuelas, abrazado por las murallas de la ciudad. Aquí cualquier mapa resulta inútil.

Lo mejor es renunciar al orden, al silencio, a una arquitectura urbana previsible para dejarse llevar por los aromas y colores de los tintes naturales para llegar hasta Sebbaghine, el zoco de los tintoreros. Seguir el sonido de un martillo sobre un metal para entrar a Attarin, el zoco de los artesanos del cobre y el latón. Dejarse deslumbrar por los destellos del oro y la plata en el zoco Siyyaghin, o escuchar las suaves notas musicales para ver de cerca el trabajo de los lutieres (constructores o reparadores de instrumentos musicales) en el zoco Kimakhine. En algunos rincones de este enmarañado laberinto de más de mil años de antigüedad y 9 mil 400 callejones, se esconden los riad (del vocablo que en árabe significa casona con jardines y patio interior). Es imposible no dejarse envolver en esta atmósfera donde suena tenue la música de influencia árabe. A los aromas a cedro y jazmín perfuman el entorno, los juegos de luz y sombras hacen una danza mística. Las terrazas con sus vistas panorámicas son el mejor mirador hacia la Medina y los encantadores rincones para tomar té y los patios internos por donde corre el agua son verdaderos oasis.

 

Salir de la ciudad amurallada es como dar un salto cuántico en el tiempo, para llegar al Marrakech moderno. Y hablo del occidental, al de las boutiques de firmas de lujo, de los amplios jardines y avenidas, donde los motociclistas siguen manejando de manera vertiginosa, pero ahora con más espacio que entre el zoco. Y también ahí, donde el encanto ya no radica en el caos, hay rincones casi igual de provocativos como en el centro.

El Jardín Majorelle es un pequeño edén botánico, diseñado con el exquisito gusto de Ives Saint-Laurent. El color azul y amarillo de los edificios interiores y las especies de plantas provenientes de todo el planeta rodean un pequeño mausoleo en honor al diseñador francés que hizo de esta ciudad su hogar. Y ahí también, en medio de la paz y el silencio de estos jardines. Marrakech se ve en las pieles arrugadas de los ancianos, en los ojos de las mujeres envueltas en coloridas telas y velos llamados Chador, en la mirada casi intimidante de los hombres, que luego se apenan si les sostienes la mirada. 

Para ver caer la tarde hay que regresar al amparo de los muros, del desorden, de la lluvia de sensaciones. Ahí donde se mire, es imposible no encontrarse con la torre de la mezquita de Kutubía, de 77 metros de altura que sirve de brújula cuando se pierde el rumbo en el laberinto de callejones de la Medina. La torre de color arcilloso que se levanta entre jardines, es gemela de la Giralda de Sevilla, y se ha sabido salvar,  gracias a su belleza, de la norma tácita que dicta que dentro de la Medina nada puede rebasar la altura de una palmera. Cerca de ahí, descansan las calesas (carruajes) de color verde, arrastradas por caballos.

Marrakech

 

Todas las tardes, por lo menos en otoño, cuando he estado ahí, el Sol decide dar el más conmovedor de sus espectáculos. Se exhibe rojo encendido, grande, grande, sobre el desierto, con un halo naranja que hipnotiza; sus últimos rayos iluminan la torre de Kutubía. Pienso que esa es la imagen de Marrakech que me llevaré para siempre. Hasta que comienzo a caminar y a sentir como a cada paso se exaltan todos mis sentidos, uno a uno.

Información de viaje

Marrakech es una de las ciudades más importantes del Reino de Marruecos, situado al norte de África. Su moneda es el dírham (equivale a $2 pesos mexicanos). Nuestra diferencia horaria es de seis horas.

Cómo llegar

KLM La aerolínea que desde hace 65 años une a Holanda y México, y desde ahí a diversos rincones del mundo, opera siete frecuencias semanales sin escala de México a Ámsterdam, y desde ahí a Marrakech. klm.com.mx

Marrakech

 

Dónde quedarse

La Sultana Este encantador y refinado riad de 28 habitaciones es una cascada de sensaciones placenteras en medio de la vibrante Medina. lasultanahotels.com

Four Seasons Resort Marrkech Un oasis en la Ciudad Roja, con lo mejor de la tradición marroquí y el sello inigualable de esta firma hotelera. Su escena gastronómica y spa son imperdibles. fourseasons.com/marrakech/

Recursos

Mountain Voyage Cuenta con conocimiento total de los mejores hoteles y atractivos de Marruecos, es la mejor opción para conocer este destino a profundidad. Sus guías y choferes pertenecen a la élite de sus respectivos oficios en Marruecos, acompañando con éxito a miles de viajeros. Su secreto, según José F. Costa, director de marketing de la agencia: “Tratamos a todos nuestros viajeros con el mismo cuidado, e identificamos sus deseos. Queremos conocer sus historias y modelar sus viajes de una manera que se conviertan, por voluntad propia, en embajadores de Marruecos”. spanish.mountain-voyage.com

Marrakech

Experiencia para recordar Conoce la cocina marroquí, sus tradiciones y sabores en un escape de medio día a las afueras de Marrakech, donde el chef Tarik imparte clases de cocina. www.atelier-chef-tarik.com/es/

Visit Morroco Ofrece información útil para planear tu viaje, con consejos e itinerarios propuestos. visitmorocco.com

 

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Cecilia Núñez

Cecilia Núñez

Es periodista de viajes y gastronomía. Directora Editorial y socia de Food and Travel México, y locutora en Imagen Radio. A lo largo de 19 años de carrera, ha publicado sus crónicas de viaje y gastronomía acerca de más de 50 países en medios nacionales e internacionales. Ha creado, desarrollado y editado el concepto de secciones especializadas en viajes en diversos periódicos mexicanos y programas de radio. Síguela en Instagram como: @cecinunez

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