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Viajo sola desde los 17 años. Por trabajo, por viajera, por turista, por necia, por feminista, porque me apasiona, y porque desde la primera vez entendí que un destino se revela de manera más generosa cuando vas en silencio, lleno de curiosidad y dispuesto a descubrir qué es lo que realmente estás haciendo allá.

Hay peligros, hay accidentes —no necesariamente más probables que cuando vas acompañado—, hay miedo, hay decisiones que tienes que tomar sin consultar con nadie. Pero sobre todo hay ese deseo imperativo de ir tan lejos que un buen día deja de asustarte la posibilidad de no volver.

He olvidado ya las respuestas que doy a las preguntas más recurrentes:  ¿No te da miedo? ¿Y tu novio te aguanta el ritmo? ¿Prefieres un lugar en la barra para no estar sola en la mesa?

Únicamente quien ha realizado una travesía en solitario entiende el otro lado: el regalo del viaje interior.

Viajo para celebrar la soledad en su concepto más elevado, el que me lleva de un despertar a otro. Viajo sola para tomar trenes a lugares donde nunca he estado, y aprovechar el recorrido para estar conmigo, para aprender a leer mapas, a perderme, a cuidarme, a conducir del otro lado, a hablar en idiomas insospechados. Viajo sola para seguir mis instintos, para confiar en mi voz interna, en esa que me dice que vaya más lejos, que regrese o que cambie de dirección.

Este mes, en Food and Travel México te presentamos destinos para viajar solo y un sinfín de itinerarios para hacer valer tu derecho a saborear cada rincón del planeta. ¡Buen camino!

 

Cecilia Núñez Directora Editorial