A solo una hora y media de recorrido desde París, se encuentra Borgoña que ofrece un viaje por la cuna del vino y la gastronomía. Casi religiosamente, cada día en Borgoña se degustan delicados vinos maridados a la perfección durante excepcionales comidas que llevan el arte de la mesa a otro nivel. Fotos: Cortesía / Pablo Morales. 

La puerta de entrada a Borgoña es su capital: Dijon. Famosa mundialmente por su mostaza, Dijon es también una pequeña ciudad francesa con encanto, donde es imperdible visitar el Palacio de los Duques de Borgoña convertido en museo de Bellas Artes.

Después, hay que maridar la experiencia visitando los viñedos de Borgoña, cuyo umbral de bienvenida es Beaune. Este pueblito medieval cuenta con más de 23 mil habitantes, pero recibe medio millón de turistas al año. Sus hospicios son un símbolo de la región por su historia y su arquitectura típica de la zona. Cada año, organizan una gran subasta de vinos que atrae a los apasionados del mundo entero.

 

 Borgoña

 

Sabores que enamoran

Comer en Borgoña es un ritual que inicia con el aperitivo local, el Crémant de Bourgogne, acompañado con deliciosas bolitas de queso llamadas Gougères. Después honramos las tradiciones culinarias de la región con entradas típicas  como los caracoles o las ancas de rana; y platillos de temporada, como el pollo de Bresse o Res a la borgoñesa. Pero el éxtasis de la comida viene después del plato fuerte y antes del postre. El climax de una comida francesa es cuando hace su entrada el carrito de quesos: de cabra, de vaca, de pasta blanda o dura, afinado o fresco. Borgoña es un paraíso terrenal para quienes piensan que la comida es un acto de fe, un momento privilegiado de convivencia con quienes comparten tu mesa.

Otra parada gastronómica histórica es el Relais Bernard Loiseau en Saulieu. El restaurante durante más de 20 años ostentó las tan deseadas 3 estrellas Michelin. Y aunque perdió una estrella hace dos años, sigue siendo un lugar que vale la pena visitar para celebrar alguna ocasión especial.

 

 Borgoña

 

A orilla del río Yonne, donde desfilan pequeños barcos y cruceros fluviales, se encuentra Joigny. A solo una hora y media de París en coche, el restaurante de la Côte Saint-Jacques, negocio familiar desde tres generaciones, seduce a los artistas y famosos huyendo del bullicio de París. Lo mejor es tomar una clase de cocina con su chef Jean-Michel Lorain.

Los verdaderos peregrinos, los que hacen turismo religioso, además del gastronómico, también querrán hacer una parada en Vézelay. Su basílica dedicada a María-Magdalena conserva las reliquias de la Santa. Además es el punto de inicio francés del Camino a Santiago.