Carta Editorial Julio – Agosto 2017



 

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Muchos afirman que desde que los primeros mapas fueron creados, desarrollamos, como raza humana, una compulsión casi inexplicable por querer recorrer todos los contornos que dibujan el planeta. El deseo de llegar hasta el pico más alto, de mirar las profundidades del mar, de saber qué hay detrás de ese muro… forma parte de nuestra esencia, quien está en la vida tiene curiosidad por descubrir.

Diversos estudios demuestran que esa sana vagancia nos hace más felices, creativos y hasta inteligentes. Pero ¿también nos convierte en adictos? ¿Corremos el riesgo de desarrollar una obsesión por trasladarnos todo el tiempo? Desde 1886, algunos científicos se preguntan cuáles reacciones bioquímicas, psicológicas o emocionales nos podrían convertir en adictos al viaje. Los psicólogos han definido la inclinación excesiva u obsesión patológica por trasladarse de un lugar a otro como dromomanía o  neurosis viajera.

El término fue oficialmente añadido al Manual oficial de los trastornos mentales en el 2000. Quienes la sufren tienen una compulsión anormal por viajar, gastan más de lo que ganan haciéndolo, sacrifican su trabajo, amantes, familia y hasta su seguridad por seguir viajando, explica la definición de la llamada enfermedad psicótica.

“La adicción por viajar es mucho más psicológica que bioquímica”, afirma el doctor Michael Brein, psicólogo social especializado en comunicación intercultural, “como en todo, si dejas que un deseo te controle, hay efectos”. En Food and Travel México no buscamos  fomentar la dromomanía, solo contagiarlos de nuestro profundo amor por recorrer el mundo y saborearlo en todo su esplendor. 

Cecilia Núñez  > Directora Editorial