Yukón: todos los colores del invierno

Invierno en Yukón: entre trineos, linces y auroras boreales

Situada al noroeste de Canadá, el territorio de Yukón posee toda una serie de experiencias y atractivos que demuestran que la nieve, más que una señal de vacío, es en realidad un lienzo en blanco que invita a descubrir todas las posibilidades del invierno. Fotos: Arturo Torres Landa

Southern Lakes, Yukón

Oro, ceniza y nieve

 

Yukón fue hogar de los primeros grupos de seres humanos que migraron hacia el interior del continente Americano, cazadores y recolectores que llegaron desde Asia a través del puente terrestre de Beringia, el cual unía a Alaska y Yukón con la cornisa noreste de Siberia. El enorme territorio del actual Yukón ha sido, durante milenios, el hogar de pueblos nativos como los tagish y tlingit, cuyos relatos hablan –todavía– de erupciones volcánicas ocurridas en la zona hace más de 20,000 años.

 

La riqueza de Yukón en invierno

 

La historia de los indígenas de Yukón se entrelaza con la de los tramperos, comerciantes y exploradores europeos que arribaron a esta zona en busca de mercancías, para luego fusionarse con la de las decenas de miles de hombres que llegaron a las orillas del río Klondike a partir de 1896. ¿El motivo? El oro, descubierto en los aluviones y colinas ribereñas del Klondike. Más de 40,000 personas migraron a este inhóspito sector de Canadá atraídos por el metal dorado, pero también arrastrados por la promesa de una vida mejor.

Hoy, las posibilidades que brinda el blanco níveo convoca a viajar a Yukón en invierno, territorio cuyas montañas, lagos, bosques, dunas y pueblos cubiertos por la nieve. Hoy, el verde electrizante de la aurora boreal, su ondular en el cielo, convoca a viajeros de todo el mundo para mostrarles que el paraíso invernal existe, que está más cerca de lo que podría pensarse. Solo es necesario ponerse las botas, esperar el siguiente trineo y dejarse envolver por la magia del invierno en Yukón.

Cómo llegar

 

Desde la Ciudad de México, se puede volar a Vancouver a través de Air Canada, un trayecto con una duración aproximada de seis horas. Desde Vancouver, es necesario tomar un segundo vuelo de dos horas y media de duración que conecte con la ciudad de Whitehorse, capital del territorio de Yukón. Ya en Whitehorse, existe la posibilidad de trasladarse hacia Dawson City, al este de Yukón, a bordo de un avión de AirNorth.

El clima

 

Localizado al noroeste del continente americano, Yukón presenta un clima ártico y subártico, gracias a lo cual sus inviernos son prolongados con temperaturas muy por debajo de los 0 ºC. Por ejemplo, en enero, que suele ser el mes más frío, las temperaturas promedio rondan los -40 ºC, si bien las condiciones han ido cambiando a causa del cambio climático. Para disfrutar de sus atractivos invernales, la mejor temporada va de febrero a abril.

Consejos de viaje

 

La principal recomendación para viajar a Yukón en invierno es hacerlo con suficiente abrigo y en capas. También es conveniente portar ropa interior térmica, calzado impermeable, guantes, gorros y prendas para mantener caliente el cuello. Llevar unos lentes oscuros polarizados y emplear bloqueador solar es necesario, considerando la refracción de la luz solar que produce la nieve. En Yukón, puedes rentar equipo y ropa adecuada.

Aullidos en el hielo

En trineo de perros sobre el lago Tagish

Sujetar el manubrio del trineo con fuerza; colocar firmes los pies, uno sobre el travesaño, el otro presionando –suavemente– el freno. Las rodillas deben flexionarse: la rigidez solo hará que la primera caída en la nieve duela más. Pero, sobre todo, conducir un trineo jalado de perros a través del aire y el invierno de Yukón requiere de reflejos veloces. Allá adelante, seis perros huskies compiten por llegar primero, con el ímpetu propio de su linaje y la potencia de sus patas como motor. Corren ajenos a las grietas en el hielo que me hacen trastabillar y enderezar el trineo con la fuerza que permite mis manos entumidas. El hielo pulverizado estalla y hay que esquivar las ramas; la humedad nos congela la barba. Todo vale la pena.

Atravesamos la amplitud blanca del lago Tagish a toda velocidad, igual a como lo hicieran los primeros exploradores de esta parte de Canadá. Benjamin Boucher, el musher, va la cabeza; dependemos de su experiencia y de mi pericia para tensar las cuerdas cuando sea necesario y de leer el terreno viendo a los perros y palpando la vibración metálica del trineo. El lago Tagish parece cubierto por terciopelo blanco, pero no es terso en esta temporada del invierno en Yukón.

Nos detenemos a descansar, a que los perros se laman el pelaje tumbados sobre parches de nieve delgada. Ladran y se muerden las patas ansiosos por volver a correr, mientras Benjamin corta la leña con dos hachazos, enciende el fuego y calentamos café, té, chocolate. Hay wraps de carne, y como postre, malvaviscos al fuego o smores a elegir. Benjamin los devora sin perder de vista a su perros, a los cuales reconoce con tan solo verles la musculatura pues los masajea después de los recorridos largos. «Somos manada e incluso me han criticado por cuidarlos demasiado», afirma, para inmediatamente después engancharlos al arnés y emprender el camino de vuelta tras terminarnos el tentempié caliente. Los huskies brincan, aúllan y tiran del trineo propulsados por una fuerza invisible que algunos llaman genética, otros, instinto. Se puede hacer realidad esta experiencia en Southern Lakes Resort.com

Tormentas de luz

El invierno se ilumina en Yukón

En una época en la que viajar implica encontrarse con experiencias prefabricadas que se acomodan a las expectativas de los turistas, las auroras boreales (y el Yukón entero, he de decir), permiten seguir encontrándonos con lo más genuino, aquello que no puede ser programado, repetido, controlado. La ubicación cercana al Circulo Polar Ártico, la vastedad de sus noches oscuras y sus cielos casi siempre diáfanos, permiten que Yukón sea un territorio perfecto para el avistamiento de auroras boreales. Además, aquí es posible encontrar diferentes maneras de pasar las horas de espera previas a la aparición de las luces del norte.

Cerca de Dawson City, Klondike Experience dispone de una carpa de campaña en las laderas de Midnight Dome, un promontorio achatado que debe su nombre a otro fenómeno celestial que caracteriza a Yukón: el sol de medianoche de los meses de verano. Situada al pie de los pinos nevados, en la cabaña de Klondike Experience se puede entrar en calor bebiendo chocolate, reunidos alrededor del fuego que Noby, nuestro guía, acaba de encender con la leña que guarda en el contenedor seco de la carpa. Afuera, el agua se cristaliza en el viento, y detrás de las hileras de pinos negros y colinas glaciares que forman el horizonte, aparece una «neblina» difusa. Hacia el norte, la bruma comienza a proyectarse en forma de columna contra las estrellas, un rayo perpendicular que, de pronto, baja hacia el horizonte y completa un arco de luz por encima de la ribera del Yukón.

Dos ríos: en el cielo brilla una corriente verde de partículas solares, y por encima de la tierra serpentea un caudal de agua que no alcanzó a congelarse del todo este año. El invierno es cada vez más tibio y las auroras boreales se han vuelto esquivas. Esa noche tenemos suerte.

Desde luego, hay que ayudarle a la buena fortuna para que surta efecto, sobre todo cuando se trata de atravesar un subcontinente para ver el vaivén de las auroras boreales. De hacer posible que los viajeros regresen a casa con al menos una impresión de este fenómeno se encarga Sandra Peña de Nomada Excursions, cazadora de auroras boreales de nacionalidad mexicana. Su historia encuentra eco en los numerosos testimonios de viajeros de todo el mundo que, cautivados por el invierno de Yukón, decidieron dejar sus hogares para echar raíces en el suelo helado pero generoso de este territorio canadiense. Al igual que hace un siglo y medio, el territorio sigue atrayendo a los osados, lanzando el llamado de lo salvaje del que hablara Jack London en sus libros ambientados en la zona.

A bordo de su camioneta, cada noche, Sandra atraviesa la negrura de los bosques en busca de auroras boreales. Su celular, siempre conectado al vehículo, trina con las notificaciones de un grupo de WhatsApp dedicado a la búsqueda de auroras boreales, 400 pares de ojos buscando «actividad» en los cielos congelados del norte. Por su parte, la aplicación de Ventusky despliega un mapa que, en tonos de verde, avisa sobre tormentas de nieve, nubes y oleadas electromagnéticas, mientras que la central de Aurora Forecast en Fairbanks, Alaska, avisa sobre posible actividad electromagnética sobre el cielo de invierno de Yukón «…Después de la medianoche, tendremos 6 Kp’s –afirma Sandra–, que es el índice que mide la intensidad de las auroras. Esta noche será bien eléctrica«, afirma, para luego pisar el acelerador con sus lustrosas botas color rosa mexicano y conducir hacia Carcross, la comunidad tagish más cercana.

Cerca de las 3:00 de la mañana, Sandra nos despierta luego de una siesta propiciada por las galletas de maple y el té de manzana que bebimos horas antes, al llegar a las orillas del lago Nares. Vigiló nuestro sueño y también el vaivén de la actividad solar, que promete manifestarse sobre esta porción del territorio ancestral de los tagish. La aurora boreal hace su aparición minutos después por encima de las cimas nevadas, rayando las puntas de los árboles. Su resplandor verde con ribetes enrojecidos ondula por cerca de una hora, hasta que las nubes la cubren y acaba por desvanecerse detrás de las azoteas de Carcross. Las sonrisas permanecen congeladas en nuestra cara por el resto de la madrugada, en un trayecto de vuelta que tiene a los cantos sobre descolonización y cambio climático de la artista inuit Tanya Tagaq como fondo musical.

En lo remoto

Tombstone y Dawson City

Al occidente del territorio, cada vez más cerca de la frontera con Alaska, el invierno de Yukón hace posible experimentar la suspensión del tiempo. Con 2,200 kilómetros cuadrados de extensión, el Parque Territorial de Tombstone da una idea de cómo lucía la Tierra cuando los glaciares cubrían gran parte del hemisferio norte, del paisaje bello y cruel que encontraron los prospectores de oro en el siglo XIX. Nombrado por la peculiar forma de lápida que tiene su elevación más icónica –el monte Tombstone–, el parque forma parte del territorio ancestral del pueblo tr’ondëk hwëch’in; durante el invierno, se puede apreciar con más facilidad la transición de las regiones boscosas casi oceánicas del sur hacia el paisaje subártico. Aquí cobran realidad y realismo palabras del vocabulario geográfico que adquirí con asombro: “tundra”, “glaciar”, “permafrost”.

A nivel de suelo, la maravilla del parque se percibe mejor haciendo una caminata con raquetas de nieve tradicionales, es decir, hechas con maderas y fibras. Calzarlas quema calorías y obliga a dar zancadas más largas pero, en contraste, evita que me hunda la nieve a la altura de la cadera. A cambio del esfuerzo, cruzo ríos congelados, entro en la maraña blanca de los bosques de invierno de Yukón. Dentro de una cabaña de expedición, disfrutando de sándwiches y bebidas calientes, regresa el calor al cuerpo.

Si el mirarlo a nivel del ojo humano no brinda suficiente asombro, el Tombstone se puede abarcar a vista de ave desde un helicóptero de Tombstone Helitours. A varios cientos de pies de altura, las montañas que se dibujaban lejanas por la mañana lucen plenas al atardecer: veo sus cimas a la altura de mis ojos, cuando el sol les ilumina las crestas sin nieve. Los bosques glaciares parecen de maqueta, y el río Klondike brilla en los tramos sin hielo. Dawson City aparece a mitad del valle, con sus tejados cubiertos de nieve, alzando columnas de humo hacia el cielo de invierno de Yukón, que se torna violáceo.

Establecida por los buscadores de oro en las cercanías de un campamento indígena, Dawson City preserva su identidad de pueblo siempre fronterizo, en el límite del tiempo y a merced de las temperaturas. Sus casas y negocios de fachadas coloridas son más fáciles de reconocer bajo el peso de la nieve, y aún preservan rasgos de una época de pioneros y aventureros, como se comprueba en el recorrido interpretativo por el Dawson City histórico que ofrece Parks Canada.

A lo largo de una tarde helada de sol visitamos el antiguo banco, la oficina postal que mantenía a este poblado conectado con el resto de Canadá y un auténtico saloon con sus las cartas de poker aún sobre la mesa: el Viejo Oeste bajo cero. Al caer la noche, los pobladores (llegados de todas partes del mundo) se reúnen en torno a un tarro de cerveza o alrededor de la televisión y de una pizza caliente. Tienen las barbas largas, las botas siempre húmedas y una charla amistosa. En ellos aún se percibe el asombro de vivir entre glaciares, trineos y noches sin luna. En lo remoto del invierno de Yukón.

Dunas de invierno en Yukón

Carcross: el desierto en miniatura

De nuevo, en el sur de Yukón, específicamente a menos de una hora de la capital, Whitehorse. Sandra Peña detiene la camioneta al pie  el desierto de Carcross, un paraje de dos kilómetros cuadrados considerado el desierto más pequeño del mundo. Se trata, en realidad, de un cúmulo de dunas arenosas formadas hace millones de años por los depósitos de los lagos glaciares. Al estar rodeadas por montañas, la humedad natural de las ventiscas y el invierno de Yukón no hace mella en este desierto, permitiendo que las dunas conserven cierta resequedad. En este desierto de bolsillo, hay especies de plantas imposibles de ver en otras partes de la provincia, incluso en otras partes del mundo. Cubiertas de nieve durante el invierno, basta con raspar un poco las zonas más expuestas al viento para dar con la superficie real de las dunas: un ying-yang, arena que da paso al hielo.

Subo la cuesta suave de las dunas y veo cómo la bruma glacial, en efecto, se deposita a los alrededores, pero no en el desierto. No ha llegado el mediodía pero los bosques y montañas cercanos ya duermen bajo una neblina fría; Sandra nos enseña a frotar las puntas de abeto para que desprendan su aroma antes de que la ventisca nos haga bajar al calor aparente del pueblo de Carcross. Llegamos a tiempo para ver cómo los pobladores pescan truchas; alcanzo a memorizar una receta tagish para cocinarlas con leña, abiertas por el centro y fritas en su propia grasa.

Garras y cornamentas

Yukon Wildlife Preserve

Fin del viaje. Las condiciones de un invierno mesurado (y la suerte) no me permiten ver muchos animales durante este viaje de invierno a Yukón. Si acaso un zorro rojo que cruzó la carretera al Ártico como una flecha, y el relato de un caribú solitario a medio camino. Afortunadamente, en Yukon Wildlife Preserve, a las afueras de Whitehorse, se cuenta con la oportunidad de verlos de cerca. Nacido como un refugio para animales criados en cautiverio, hoy tiene la función de preservar,  y proteger a especies nativas del noroccidente de Canadá, además de la importante misión de divulgar su importancia con los visitantes, muchos de ellos niños.

Aquí veo la elegancia mortífera de un lince al capturar un ave, trepar a un pino y desaparecer como un fantasma. También tengo un primer encuentro con los carneros blancos que muflan a mitad de los bosques, mostrando la cornamenta que adquirieron en la última temporada.

Lejanos, los bisontes pacen bajo ligeras capas de nieve, no así los bueyes árticos, los reyes del invierno ártico, cuyos abrigos de pelo y grasa les permiten tumbarse a sentir la nieve, sobrevivirla. El viaje termina frente al hábitat del caribú, amo de las distancias que completa la migración terrestre más prolongada del mundo y que tiene a Yukón como uno de sus destinos.

Ahora que conozco esta tierra, al igual que el caribú, volvería a recorrer medio planeta para llegar hasta Yukón, la tierra de los colores de invierno.

Hazlo realidad

Para experimentar todas estas experiencias y más, puedes dirigirte a la página oficial de Travel Yukon dedicada a los viajeros mexicanos, donde encontrarás planes, inspiración y una lista de proveedores para hacer realidad tu viaje.