Córcega indomable

Acantilados dramáticos, caminos sinuosos, aires marítimos, respeto por la naturaleza, personalidad rebelde y pasión por los vinos auténticos definen a esta isla del Mediterráneo como la más sublime, dice Cecilia Núñez.

El Sol le hizo tanto el amor al mar que acabaron engendrando a Córcega, dijo en algún momento el autor de El Principito, Saint-Exupéry. Esta frase nos deja impotentes a todos los que tratamos de describir el encanto de esta isla localizada a 200 kilómetros de la Costa Azul, en territorio francés.

La belleza de Córcega no se da en dosis limitadas. Se regala soberbia, casi impúdica, con montañas que se elevan hasta los 2 mil 700 metros y parecen rasgar el cielo; bosques de pinos que envuelven lagos de altitud; 25 ríos que recorren la isla de punta a punta; más de 1000 kilómetros de litoral que ofrecen unas 200 playas de arena fina, y un oeste aún más salvaje: el de los acantilados profundos, los cañones que se tiñen de rojo o de cobre brillante según la hora del día.

Un territorio de naturaleza intacta que no ha sabido darle la bienvenida a cadenas hoteleras ni al turismo de masas;  que apuesta por preservar su topografía, la más variada del Mediterráneo, delimitando más de dos tercios de su superficie con reservas y parques naturales. La esencia salvaje de la isla también se intuye en la personalidad de sus 322 mil habitantes, quienes aseguran ser antes que franceses, corsos, y jamás sumisos, aunque varias veces conquistados.

Córcega

Los griegos, que también pueden presumir de islas paradisiacas, llamaron a esta, kallisté: la más sublime. Y los italianos que la recuerdan como genovesa hasta 1768, también usan el sustantivo de belleza para referirse a este trozo de tierra que reivindica el concepto de “paisaje de ensueño” aun en los viajeros con aires de experimentados.

La agitación histórica de Córcega es tan pasional como el temperamento de sus habitantes. Los delirios de Napoleón, los cómics franceses de Astérix, el nacionalismo que más que extremo se antoja romántico, su bandera —que representa la cabeza degollada de un moro— y las varias culturas que se apoderaron de la isla, nos dan algunas pistas del carácter fuerte, multicultural y único de este destino.

Marie Sorba, corsa de nacimiento y amante del vino de la isla, me lanza la invitación a su tierra con un destello de soberbia, mientras me convida un sorbo de Vermentinu y me seduce hablando de los viñedos y caldos de su terruño. Hay placeres que se deben consumir sin moderación. Córcega es uno de ellos. Entiendo esta premisa al momento de mirar por vez primera al Sol desangrarse en el horizonte corso, mientras pruebo, bajo este atardecer, los únicos vinos insulares de Francia, y constato que no tienen nada que envidiar a los grandes del continente.

El encanto de la primera vez

“Mi padre siempre dice que le da envidia la gente que visita Córcega por vez primera, porque quisiera volver a sentir la emoción de cuando llegó a este lugar tan mágico, donde había nacido su abuelo”, me dice Marie mientras maneja por una carretera serpenteante, envuelta en neblina, para cruzar la montaña que nos conduce hasta el golfo de San Fiurenzu.

Entiendo pronto que ser corso es tener un carácter salvaje y orgulloso, un ADN de gente cuidadosa y celosa de su tierra. A Marie, su apellido la arraiga por cuatro generaciones a esta isla hecha de montañas que caen en el mar, a este silencio que aún impera y que ahora también me deja muda y me obliga a contemplar, a respirar profundo.

Las islas suelen tener un alma distinta que se ha construido en oposición a las invasiones incesantes que vienen del mar. Córcega no es ninguna excepción, dice Marie.

“Ha sido conquistada por todas las civilizaciones desde la antigüedad: los griegos nos definieron como la más bella, los romanos nos dejaron ruinas, los aragoneses nos heredaron escaleras enterradas en acantilados de blanco calcáreo, y los genoveses, que fueron nuestros dueños durante casi ocho siglos, sembraron torres en nuestras costas y nos dieron las bases de nuestro mestizaje con Francia, con la cual estamos reunidos desde 1769, un año antes del nacimiento de nuestro más famoso paisano, Napoleón Bonaparte”. 

Córcega

Marie nos cuenta que Napoleón, al igual que su bisabuelo, nació en Ajaccio, la capital de la isla. Como quien quiere que una historia de vida quepa en una conversación breve, interrumpe sus propias ideas hablando de cultura de la castaña, muy presente en su gastronomía. Habla de la pesca del corral rojo del Mediterráneo y del pastoreo, y, con el orgullo de quien cayó para volverse a levantar, hace silencio después de decir que las dos guerras mundiales mataron un tercio de su fuerza viva. “Quedamos casi al abandono en 1945”, comenta.

Terruño corso

Los viñedos sufrieron mucho este abandono. Fue  hasta 1962, con los acuerdos de Evian, que las tierras retomaron vida con el regreso de los franceses expatriados en África. El gobierno francés regaló viñedos a los llamados “pies negros”. Estos nuevos viñadores replantaron cepas de Burdeos: cabernet sauvignon y merlot, principalmente. “Esas uvas no se adaptaron a los microclimas de la isla; el vino corso adquirió muy mala fama, y tuvimos que esperar hasta los ochenta para que nuevas generaciones de agricultores plantaran, otra vez, las cepas autóctonas corsas”, explica Marie.

Córcega

La vid existe en estado salvaje en Córcega desde hace más de 6,000 años. Más de 30 uvas indígenas han sido introducidas por todas las civilizaciones que los conquistaron. Hoy, con nueve denominaciones de origen en la isla, se cultivan principalmente la cepa vermentinu, para el vino blanco, niellucciu y sciaccarellu para el tinto. La diversidad de los suelos (esquistos, graníticos, sedimentarios y calcáreos), la influencia marítima y el clima mediterráneo (inviernos suaves, primaveras lluviosas y 3,000 horas de Sol durante el año) crean unos caldos de personalidad única. Desde los años 2000, Córcega se conoce como “la región de vinos más emocionante de Francia”, y de alguna manera esta descripción marida con la aventura natural y cultural que se vive en esta isla de espíritu rebelde, que enamora a quien se atreve a visitar el trozo de tierra menos conocido del Mediterráneo

Información de viaje 

Cómo llegar

Air France (airfrance.com.mx) ofrece vuelos diarios desde la Ciudad de México a París, desde donde se toma un vuelo de 90 minutos hasta Ajaccio, la capital de Córcega.

Turismo enológico

Domaine Gentile, del viñador Jean-Paul Gentile; en Patrimonio. Domaine d’Alzipratu, del viñador Pierre Acquaviva, en el pueblo de Zilia, al noroeste de la isla, y Domaine Comte Abbatucci, del viñador Jean-Charles Abbatucci, quien salió de la DO para vinificar cepas autóctonas; trabaja en biodinámica desde hace mas de 20 años. Se ubica en Casalabriva, al sur de la capital. vinsdecorse.com

islacorcega.es brinda información turística y enoturística.

Dónde hospedarse

Hôtel La Roya Encantador hotel gastronómico con vista al mar, acoge un restaurante con estrella Michelin. Saint Florent. hoteldelaroya.com

Hôtel La Dimora Casona de 17 habitaciones únicas. Oletta. ladimora.fr

La Villa Spa Hotel donde el arte de vivir es una premisa, desde la decoración hasta su restaurante con estrella Michelin. Calvi. hotel-lavilla.com

Córcega

Hôtel La Signoria Hospedaje clásico que refleja la personalidad corsa en todo su esplendor. hotel-la-signoria.com

Hôtel Le Golfe La vida en el muelle de Puerto Pollo se disfruta en este hotel atendido por la amable familia propietaria. hotel-porto-pollo.com

Dónde comer

La Gaffe, autenticidad mediterránea del mar al plato

Los paisajes mágicos de la isla de Córcega se funden entre montaña y mar. En el golfo de San Fiurenzu, un puerto que se abre sobre la punta del Cabo Corso, la gastronomía ofrece lo mejor de los productos del mar en el restaurante La Gaffe, donde la filosofía mediterránea del producto rige.

Córcega

En el día, el barco de pesca “Le Poséidon” solo cruza el muelle para abastecer este restaurante slow food. Todos los productos son de temporada y caseros, con el fin de honrar la calidad de lo que ofrece el terruño de la isla. Ahí sorprenden los sabores, por su pureza y honestidad. Vegetales, quesos, miel, carnes frías… todo lo que llega al comensal es cuidadosamente seleccionado y tratado de la mejor manera en la cocina. La excelencia del lugar ha sido reconocida en 2016 por el prestigioso guía Michelin, que le atribuyo una “assiette Michelin”.

El alma y carácter del lugar se debe al dueño y sommelier, Christophe Chiorboli. En las cavas de La Gaffe, se encuentran más de 800 referencias y 6 mil botellas en reserva. Embajador de los vinos de Córcega, experto en champaña y pionero en la promoción de los vinos biodinámicos, Christophe, fue premiado en 2017 con el título de las “100 mejores cartas de vinos de Francia”.

Córcega

Las cenas en La Gaffe son momentos excepcionales que marcan el alma. Cuando el Sol baja en el mar entre las montañas de Córcega, una copa de blanco vermentino y en el plato una araña de mar fresca del día, cualquiera se olvida del tiempo para disfrutar de las delicias del ojo y del paladar.