Delhi, Agra y Jaipur conforman el triángulo turístico más famoso de la India. Pero aquí, hasta las postales más típicas tienen un halo místico que le mostraron a Cecilia Núñez que la India se queda dentro, muy dentro. Fotos: Alejandra Ramírez Martín del Campo.
Hay destinos con los que fantaseas antes de tener la posibilidad de dejarlo todo por unos días y entregarte a la aventura de la travesía. La India era para mí un deseo no cumplido, pero dicen los que saben que hay viajes que no se realizan cuando quieres, sino cuando estás preparado.
Mi viaje soñado llegó disfrazado de un itinerario turístico que distaba mucho de mi fantasía espiritual y mi recorrido imaginario por las rutas más profundas y poco concurridas.
Valero Viajes, una agencia con más de 40 años de tradición y especializada en India, me hizo llegar una agenda bien diseñada por los sitios más frecuentados debido a su belleza arquitectónica, importancia histórica y contenido religioso. Confío en Raymundo y Andrea Valero, los directores de la agencia, porque he sido testigo de la pasión con que suelen llevar viajeros a este destino.
El itinerario comienza por Delhi, pasando por templos hinduistas, de la religión sij y mausoleos, sigue por la ciudad rosa de Jaipur, pasa por la ciudad abandonada de Fatehpur Sikri y, en Agra, invita a descubrir el monumento más famoso: el Taj Mahal. Lo que todavía no sabía al leer este itinerario es que cualquier rincón de la India invita a un viaje introspectivo.
Primera lección: La India tiene que vivirse, por lo menos la primera vez, bajo la guía y la mirada experta de un local.
Delhi: de colores, desorden y espiritualidad
Un balcón hacia lo que no tiene nombre. En Vislumbres de la India, así describe Octavio Paz a Delhi. Entiendo aquella frase leída hace varios años hasta que recorro el laberinto de calles sin pavimento de la Vieja Delhi. Los autos circulan en todas direcciones haciendo sonar sus claxones. Entre ellos, como mosquitos enloquecidos, se inmiscuyen los tuk-tuks (típicos vehículos de dos ruedas). Todo pareciera que va a colapsar en un dramático accidente. Pero nada ocurre: en esa danza frenética todos saben a dónde se dirigen.
En algún momento, el caos cede su protagonismo a la encantadora atmósfera de los bazares callejeros, a los colores de los saris (vestidos tradicionales), a la sonrisa de la gente, al aroma a incienso que se mezcla con el olor a cúrcuma y a curry. Semejante despliegue de estímulos sensoriales es un regalo para quien mira más allá del bullicio.
Fundado en el siglo XVII como ciudad amurallada, este barrio marca el origen de una de las megalópolis más pobladas.
Vendedores y marchantes miran a los extranjeros con curiosidad: les sigue sorprendiendo que turistas occidentales se atrevan a acceder a lo más profundo de este cúmulo de tiendas de saris, antigüedades y puestos ambulantes de pollo al curry. Cruzar el umbral del prejuicio tiene su merecido: la Jama Masjid, una de las mezquitas más grandes, donde miles de musulmanes se concentran a la hora del rezo. La esencia de esta ciudad es que diversas culturas y religiones conviven en armonía.
Un poco más lejos, a orillas del río Yamuna, se levanta el Fuerte Rojo, una construcción del siglo XVII, declarada Patrimonio Mundial, que abraza un sinfín de jardines y palacios.
Del otro lado, en Nueva Delhi, embajadas, casonas antiguas y hoteles de lujo le imprimen un aire contrastante a la ciudad, donde una vaca sagrada puede estar acostada afuera de un elegantísimo hotel, a un lado de un puesto que vende naan (pan típico) con curry, pollo con arroz o paneer (queso rebozado).
“Eso es lo que me encanta de venir aquí, una y otra vez: que no se parece a nada que hayas visto”, dice Andrea Valero, viajera apasionada, directora de la agencia de viajes que me trajo hasta aquí y una de mis mejores amigas.
Cuando Andrea y yo estamos juntas, es difícil hacer silencio. Años de amistad y varios viajes por diferentes lugares demuestran que nuestra dinámica no depende de las coordenadas geográficas. Pero aquí, estamos en silencio, tomamos nuestro espacio, compartimos solo lo necesario.
Segunda lección: Viajar a India es una experiencia personal, es un viaje hacia adentro que se puede compartir con la gente que quieres, pero solo se entiende de manera interna.
Experiencias que transforman
Pensador, abogado y político, Gandhi optó por la no violencia en su lucha social por la abolición de las diferencias entre castas y la independencia de su nación.
Ahora es un símbolo del país (y de la humanidad) cuya historia se revive en una pequeña ruta por Nueva Delhi. La primera parada es la Birla Bhavan, la mansión rodeada de jardines que está lejos de la imagen de humildad que tenemos de Gandhi; ahí vivió sus últimos días y fue el sitio en el que lo asesinaron en 1948. La historia de lo que hacía en esa casa y una línea de tiempo sobre su inspiradora vida se expone en el museo, donde el rincón más especial es la alcoba en la que dormía, símbolo de la simplicidad, y en la que todavía se conservan sus pertenencias tal y como las dejó.
La ruta tras los pasos del líder espiritual se completa con el Museo Nacional de Gandhi y, justo en frente, Raj Ghat, que rodea el lugar exacto en el que sus restos fueron incinerados. Todavía arde el fuego a modo de homenaje. Esta especie de necrópolis me resulta incoherente tratándose de un hombre que apenas comía, tejía sus propias ropas y quien, seguramente, hubiera reprobado tal grandilocuencia.
Tercera lección: Todos los viajes son tan auténticos, profundos y significativos como el viajero quiera, pero la India regala la oportunidad de jamás dejarte indiferente.
Jaipur y el Taj Mahal: La promesa de robar el aliento
Jaipur es la capital del estado del Rajastán y es mejor conocida como la ciudad rosa por su área amurallada pintada de ese color. Todo el encanto que uno espera de la India está aquí: paseos en elefante por escenarios de cuento, vendedores de ojos profundos que hechizan en el primer contacto, bazares con laberintos de coloridas pashminas, saris y piedras preciosas, leyendas de amores, historias de antiguos gobernantes cuyos caprichos surrealistas terminaron convertidos en palacios de ensueño…
Dentro de la fortificación rosa se encuentran varios palacios, entre los que destaca el Jawa Mahal, también conocido como Palacio de los Vientos. También es imperdible el Fuerte Amber, un auténtico viaje al pasado al que es ideal dedicarle un día entero.
Del Taj Mahal habrá que afirmar que ninguna foto le hace justicia: estar ahí es una experiencia que estremece. Poco importa si es un día calurosísimo y el tumulto no deja sacar una sola foto, esta maravilla es imprescindible.
Rajesh y Sandeep aconsejan recorrer al amanecer el monumento al amor del emperador Shah Jahan por su esposa Mumtaz Mahal, justo cuando las puertas se abren. Seguir su recomendación nos asegura una visita cómoda, apacible y fresca.
Aunque saber la historia completa resulta más conmovedor recorriendo los laberintos del mausoleo, hay que apuntar que Shah Jahan ordenó construir el Taj Mahal a la muerte de su esposa, en 1631. Es el adiós más poético del mundo a manera de mausoleo de mármol con incrustaciones de caligrafía, piedras preciosas y motivos florales que representan el paraíso eterno. Poco después de concluido el proyecto, alrededor de 1635, el Shah fue destronado por su hijo y confinado en el fuerte de Agra. Durante el resto de su vida solo pudo contemplar su creación desde la ventana de la fortificación. A su muerte, en 1666, fue enterrado junto a Mumtaz.
Un grupo de niños y mujeres vestidas con hermosos saris se me acercan para pedirme una foto (adelantándose a la petición que yo estaba a punto de hacerles). Ahí, en medio del revoloteo, las risas, las miradas curiosas y las palabras en un idioma que no entiendo, pero que se siente cálido, no puedo evitar que los ojos se me llenen, muy sutilmente, de lágrimas.
De regreso a Delhi, Rajesh se acerca para preguntar: ¿Por qué lloró Ceciliaji con la gente? (El sufijo ji denota al mismo tiempo respeto y cariño). Me sorprende que Rajuji haya notado esa tímida lágrima, y le contesto que es porque estoy contenta.
“Nadie llora de felicidad, Ceciliaji, tal vez lloras porque has encontrado aquí algo que te hacía falta adentro”.
Cuarta lección: La India te devuelve esa sonrisa simple, natural, que pensaste que se había escapado para siempre.
Tal vez el sitio que más me conmueve es el Gurdwara Bangla Sahib, principal templo sij de la capital que se reconoce por su brillante cúpula dorada. El sijismo es una religión muy extendida en India y la novena del mundo por número de creyentes.
“Los sijs llevan turbante, tienen prohibido cortarse cualquier pelo del cuerpo, portan una pulsera de hierro, deben llevar un peine de madera siempre a mano y nunca piden limosna”, comenta Rajesh, quien junto con Sandeep son los guías expertos que hacen de este viaje una experiencia inolvidable.
En un palacio de mármol blanco resuenan cantos que me invitan a sentarme, cerrar los ojos y, aunque sepa poco sobre esta religión, guardar silencio con respeto. En el templo no hay una sola imagen. Todo es blanco, pulcro. Disfruto de la atmósfera.
Un sij se acerca y me invita al comedor para unirme al grupo de feligreses que están ayudando en la cocina.
Ante mí, un gran salón llamado Langar se revela con cientos de personas comiendo delicias indias con la mano derecha, nunca con la izquierda, que es considerada impura. En la India no se usan cubiertos, porque se considera que la comida es divina y es necesario disfrutarla con los sentidos del gusto, el olfato, la vista y el tacto.
“En este momento todos, hombro con hombro, ricos y pobres, somos iguales recibiendo la bendición de la comida”, dice Sandeep, mientras vamos a la cocina para ayudar a preparar naan para los miles de creyentes que entran al Langar diariamente.
Salgo del templo recordando que poco importa la ruta que esté transitando, lo importante son las experiencias y la gente que te encuentras en el camino.
Todavía sonrío al recordar ese movimiento de cabeza tan característico de los indios, con el que no dicen ni que sí ni que no, y no significa ni afirmativo ni negativo; solo es un gesto de aprobación, de estar abrazando el momento.
Para vivir una experiencia como nuestra editora Ceci Nuñez, viaja con los expertos.
Más que una agencia de viajes, Valero Viajes es una fuente de experiencias y de recuerdos. Desde su fundación, en 1978, el objetivo es planear para sus clientes el mejor viaje de sus vidas. India es uno de sus destinos preferidos porque la conocen a profundidad: desde el Punjab hasta Kerala, y desde Goa hasta Chenai. Cuentan con itinerarios desde siete días para visitar “lo básico” y con otros más especializados para recorrer el norte y sur, los centros de meditación y yoga o para hacer un viaje culinario.
Un viaje como éste cuesta entre $2,500 y $3,000 USD (dependiendo de la tarifa aérea y los hoteles elegidos) con hospedaje en hoteles como los Taj y Oberoi, Kempinski, Hilton, Le Meridien,etc. Más información en: valeroviajes.com