Situada al noreste de España, La Rioja es una de las comunidades autónomas más pequeñas del país ibérico, pero tal brevedad territorial solo hace que sus múltiples atractivos adquieran una dimensión mayor. Entre viñedos, monasterios históricos y a vuelo de pájaro, recorremos este bello territorio para inspirarte a visitarlo pronto y descubrir otro de los lados más auténticos de España. Fotos: Arturo Torres Landa
Desayuno con vino a pie de viñedo
En La Rioja confirmo cierta conclusión a la que he llegado después de algunos viajes: que cuanto más breves son los territorios, más inabarcables se presentan. Esta es una de las comunidades autónomas más pequeñas de España, pero su patrimonio cultural, natural y gastronómico bien la pueden colocar entre las más diversas. Aquí disfruto uno de los mejores desayunos que recuerdo a la fecha: no han dado las 9 de la mañana y ya me han colocado un porrón repleto de vino denso, que habré de beber sin derramarlo si demuestro tener la pericia necesaria.

El hilo líquido apenas salpica y como recompensa bebo un vino fresco, ligero, con sabor a fruta helada: “¡epa, ole, prueba superada!”. De pronto, caigo en la cuenta de que acabo de beber un caldo tierno al pie de un viñedo de La Rioja Oriental, uno de los sectores en los que se divide esta región que, por sí misma, es considerada sinónimo de vino español. La bebida y el lugar son casi inmejorables. Estando en La Rioja se percibe que sus habitantes guardan una relación muy estrecha con el campo.


Su historia y vocación como viticultores es bien conocida, como demuestra el mural que Bodegas Marqués de Reinosa dedica a los productores que les proveen de uvas. Recorro su bodega y celebramos una cata —la segunda del día— en la que la presencia del terreno es constante en la charla. Expertos como son, en Bodegas Marqués de Reinosa dominan las elevaciones, la composición mineral y el tipo de uva para elaborar vinos de excelencia.
San Millán de la Cogolla: una cuna del español en La Rioja
La lengua que hoy hablamos casi 500 millones de personas nació como un dialecto fronterizo, un idioma de pastores, agricultores, comerciantes, soldados y monjes que empezó a distinguirse del latín vulgar en el vértice donde hoy confluyen las comunidades autónomas de La Rioja y Castilla y León, al norte de España. Por supuesto, es imposible conocer el momento o lugar exacto donde surgió el castellano o español, pues tanto ahora como entonces, la lengua es un fenómeno en constante evolución, enriquecido, modernizado y agrandado por los hablantes para reflejar su realidad.
Sin embargo, lo que sí se puede identificar son los lugares donde quedaron escritas algunas de las manifestaciones del castellano primigenio, y uno de ellos es el monasterio de San Millán de la Cogolla, cuyo valor no solo reside en sus retablos de oro o su claustro de arenisca. Localizado al poniente de La Rioja, aquí se escribieron las Glosas Emilianenses, anotaciones hechas por un fraile del siglo X en los márgenes de manuscritos religiosos. En ellas, se ha identificado lo que muchos expertos consideran una lengua romance a medio camino entre el castellano y el riojano, así como las expresiones escritas más tempranas del euskera, la lengua de los vascos.

Las reproducciones de estos libros se pueden ver dentro de una de las salas del monasterio de Suso de San Millán de la Cogolla. Están colocadas sobre un pedestal de madera, entre mantos de terciopelo y bajo un vidrio protector. Sin embargo, cuando Pedro Merino, viceprior del monasterio, comienza a recitar de memoria los versos religiosos contenidos en el Códice Aemilianensis 60, los libros casi pierden valor e interés, pues la verdadera maravilla ahora consiste en apreciar las palabras que Pedro emite. Su voz, amable pero vaporosa a causa de la edad, adquiere la dimensión de una caverna.
Envuelto en el hábito negro de los agustinos recoletos, parece invocar, una vez más, el nacimiento del idioma que hablamos, con el que algunos trabajamos poniendo el mayor empeño en ordenar sus signos y sonidos de forma correcta para que su hechizo surta efecto. Así, quizá las Glosas Emilianense ya no se traten de los textos en español más antiguos que se conocen, pues ese honor lo ostentan documentos fechados más atrás y de carácter más profano (aunque no por ello menos fascinante), como Nodicia de Kesos, una lista en la que un fraile leonés hace un inventario de los quesos que se llevaron sus hermanos del monasterio.


Sin embargo, los libros resguardados en San Millán de la Cogolla conservan el magnetismo de poder ver un origen, oír el eco del big bang de un idioma. Además, sirven de pretexto para bajar al valle donde se encaja el monasterio, entre trigales, chopos y castaños, a escuchar lo que el prior tiene que contar sobre retablos cubiertos con tal cantidad de oro que el metal acaricia lo obsceno, acerca de las uvas pintadas en la sacristía y de los gigantescos libros de horas ilustrados a mano para ser cantados a lo largo de la jornada de los monjes. El hermano Pedro también conoce la historia detrás de las figuras de animales fantásticos que los ebanistas medievales labraron en la parte inferior de las sillas del coro, pero solo las confía a quienes sepan usar con él las palabras precisas.
Para visitar el monasterio de Suso de San Millán de la Cogolla, se debe reservar si se trata de un grupo mayor a 20 personas. En caso contrario, solo es necesario llegar de martes a sábado de 10:00 a 13:30 y de 16:00 a 18:30 h. T. 941 373 049
Volando en globo: un mar de vid y trigo
Esos “campos que revolotean” (cito a Fernando, el amable conductor que me transporta por La Rioja) son de suma importancia para la identidad riojana. Esto se hace patente una vez más al admirar su ondulante geografía a bordo de un globo aerostático de Globos Arcoíris. Tras despegar al amanecer, el sol llega en silencio, la atmósfera se torna cálida y abajo aparecen los primeros espejos de agua, los riachuelos.

Desde arriba, el occidente de La Rioja luce cubierto de retazos prietos, cuando hay viñedo, o de cuadros de verde brillante cuando se trata de trigales. Navegamos por encima de pueblos diminutos con nombres pedregosos, como Cuzcurrita de Río Tirón, Sajazarra o Cellorigo; admiramos los ligeros cambios de elevación y las sierras, como la de la Demanda, que hacen que cada viñedo posea cualidades únicas, identitarias, esas mismas que nos piden percibir en la botella de vino que descorchamos ya con los pies en tierra, en Logroño, la capital de la Comunidad Autónoma. El retrogusto que deja en boca es el de querer regresar pronto a La Rioja y volver a sorprenderse con España.



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