El tiempo genuinamente se ha detenido en Santillana del Mar, una de las poblaciones más pintorescas de la comunidad autónoma de Cantabria, al norte del país. Localizada entre el mar Cantábrico y las montañas, su encanto va más las calles empedradas y casitas con tejado: en realidad, en este poblado de la España Verde es posible echar un vistazo a cómo la creatividad humana ha dado vida a construcciones asombrosas, delicias artesanales y expresiones artísticas que han trascendido el tiempo. Fotos: Arturo Torres Landa
¿Qué hacer en la encantadora Santillana del Mar, en Cantabria?
Disfrutar el casco histórico
A Santillana del Mar la llaman la villa de las tres mentiras: se dice que no es santa, ni llana ni está en el mar, pero en donde sí cumple con su promesa es en el encanto que produce en quienes la exploran. Con raíces que se hunden en el Medioevo, esta localidad de Cantabria permite imaginarse la vida en la España del siglo XIII, posible si se recorre a pie la calle Juan Infante, una de sus vías emblemáticos. A cada costado de la vía empedrada se ven pórticos y balconadas de madera, se huye del escurrir de las goteras que sueltan los techos de teja. En las macizas construcciones de Santillana del Mar aún vuelan y rugen los leones de la heráldica, labrados en piedra cuando los moradores de tales mansiones presumían su linaje: cuanto más grande el escudo de armas, más notable era la familia.
Lo anterior se ve con claridad en la Plaza Mayor, presidida, en uno de sus costados por las Casas del Águila y la Parra. Convertida hoy en un centro cultural con exposiciones sobre los oficios de antaño, sus soportales en arcos góticos revelan que parte de la estructura fue construida en la Edad Media tardía y que son de estilo gótico, en tanto que el águila demuestra que fueron los Tagle Estrada sus ocupantes más adinerados. Sucede lo mismo con las cercanas Torre de Don Borja y Torre del Merino, construidas en una época de reyes y espadas y poseedoras de un privilegiado estado de preservación. Y si bien las estructuras sorprenden, lo verdaderamente «hechizante» de Santillana del Mar es en que cada rincón de su bien conservado centro histórico es posible imaginarse siendo parte de una historia épica. Aquí y allá suenan las voces de los vendedores, el clic clac del fotógrafo que retrata a los enamorados con colodión y el saludo cordial que ofrecen sus habitantes, muchos de ellos dispuestos a dejar sus puertas abiertas para que los viajeros podamos ver, aunque sea en un atisbo, la riqueza interior de la historia humana de Santillana del Mar.
Entrar en la Colegiata
He dicho arriba que los locales repiten ya casi sin gracia que su Santillana del Mar no es santa, aunque sí se puede afirmar que nació gracias a una. Aquí, casi todos los caminos conducen entre plazoletas, muros y enredaderas hacia la Colegiata de Santa Juliana, altiva, dominando a través de su fachada románica (una de las más bellas de Cantabria) todo el amplio atrio que hoy también es plaza bulliciosa y viva. Su aspecto actual se debe a las reformas del siglo XII, aunque fue fundaba para contener las reliquias de Santa Juliana, lo que sirvió de germen a la villa y posterior engrandecimiento de Santillana del Mar, la cual, de hecho, también forma parte de los Caminos de Santiago más antiguos: el Primitivo y el Francés.
Si su fachada hacia el sur es soberbia, alzada con piedra de tonos rosados, cálidos, el interior de su claustro permite mirar el lado más delicado y detallado del conjunto religioso. Y es que desde este costado se accede al claustro, cuyo patio central está delimitado por un paseo por columnas rematadas por capiteles de grabados bellos e intrincados. Caminando alrededor se puede ver a Sansón y sus proezas, el milagro de la multiplicación de los peces, así como a un caballero luchando contra un dragón e incluso motivos geométricos y vegetales que demuestran la maestría de los canteros que desplegaron en la piedra su devoción, el tiempo en el que vivieron y la belleza perenne de la naturaleza.
Probar sus delicias
Si bien la piedra convoca a visitar Santillana del Mar, es el estómago el que sugiere permanecer para conocer las especialidades de esta localidad de Cantabria, considerada entre las más bonitas de España. ¿Y qué se debe comer en Santillana del Mar para considerar completa la escapada?
Si la respuesta fue «vino y queso» se está en el error, al menos parcial. Y es que aquí el reclamo principal son la leche y los postres, los cuales se pueden disfrutar en el Obrador Casa Quevedo, a metros de la plaza de la colegiata. Administrada por la misma familia desde hace casi 75 años, Casa Quevedo consta de un sencillo mostrador de vidrio sobre el cual se recargan los viajeros esperando se les llene su vaso de leche fresca y hervida vertida desde una jarra que cubren con una carpetita de ganchillo.
Fundada por la señora Luisa Gómez y hoy en posesión de sus nietos, Casa Quevedo oferta bizcochos hechos en casa, así como especialidades de los Valles Pasiegos, zona de Cantabria conocida por su tradición rural antiquísima. Así, fuera del establecimiento se ven a menudo viajeros que balancean su vaso de leche con un sobao de mantequilla, o incluso con una quesada de suave consistencia ya que se elabora con cuajo de leche, mantequilla y azúcar.
Descubrir su enigma
Santillana del Mar es una villa con calles enredadas, con numerosas casonas con torreones y balconadas; al caer la noche, todos estos rincones se antojan el escenario ideal para leyendas e historias, sin embargo, el enigma más estimulante del lugar se halla a plena a vista de sus miles de visitantes. Si se alza la vista mientras se disfruta algún sobao o quesada en el Obrador Casa Quevedo, entre las flores y ramas (depende de la temporada) emerge un rostro tallado en la piedra…
De grandes ojos saltones, nariz ancha y labios carnosos, de este rostro sin pelo parece emerger una serpiente (¿o son dos?) que repta por sus mejillas para desaparecer en el muro de piedra amarilla. De acuerdo con las leyendas y los dichos de la gente de Santillana del Mar, se trata, ni más ni menos, de Tláloc, deidad llamada así por los mexicas y que muchos pueblos de Mesoamérica veneraron como benefactor de la lluvia y las cosechas.
¿Por qué el rostro del dios de las tormentas vigila la calle más transitada de este pueblo de Cantabria? La explicación permanece en el aire, aunque hay quienes apuntas que fueron los Quevedo y Cossío quienes la mandaron esculpir como un recordatorio (o será agradecimiento…) de las riquezas que obtuvieron como terratenientes durante su estancia en la Nueva España, en el siglo XVII.
La representación es peculiar no solo por lo inverosímil, sino también por la representación a usanza europea que el autor hizo escuchando solo (asumo) las descripciones de las piezas prehispánicas que los Quevedo y Cossío hallaron en México. Como en toda Santillana del Mar, resta esperar el momento en que las piedras hablen para revelar la verdad. Hay quienes dicen que durante las noches más tranquilas, cuando la lluvia ahuyenta temprano a los turistas, la ciudad entera parece soltar un suspiro.