El espíritu místico de dos felinos sagrados emerge de una experiencia en la que KIA Sportage nos conduce por algunos caminos selváticos del sureste mexicano, cuenta Erick García. Fotos: Mauricio Ramos y Charly Ramos.
Aproximadamente 12,500 kilómetros separan a Mérida, en Yucatán, de Seúl, capital de Corea del Sur. Prácticamente la tercera parte de la circunferencia de esta nave interestelar llamada Tierra. Pero una esencia comunica a esos dos pueblos, dos felinos que son parte fundacional de dos culturas místicas y guerreras: el tigre y el jaguar. Un criatura sagrada para los mayas, otra para los antiguos coreanos.
Un encuentro entre el espíritu de estas dos veneradas criaturas fue posible gracias a KIA Sportage y Food and Travel, mediante una experiencia organizada para llevar a un grupo de aventureros a conocer el caleidoscópico fluir de las aguas de tres cenotes, el vuelo rosa y cobalto de los flamencos y una perspectiva aérea de las ruinas mayas de Dzibilchaltún, entre otras actividades que nos esperaban.
Todo comenzó al mediodía en el Aeropuerto Internacional de Mérida, donde nos olfatea la parrilla “Nariz de tigre” de la versión SXL AWD de la KIA Sportage, una SUV (Sport Utility Vehicle) cuyo gris perlado se antoja refrescante ante los 39°C del ambiente. Al subir, encendemos el aire acondicionado que en cuestión de segundos ioniza la cabina y nos aporta un poco de tranquilidad.
El encendido con un solo botón es tan rápido y leve como nuestras ansias de dirigirnos al hotel para descansar un poco del viaje. Con un andar felino —fluido, dinámico y silencioso—, el diseño de la carrocería de la KIA Sportage nos lleva a la carretera Tixkokob-Tixpéhualt, unos 5 kilómetros más allá del poblado de Euán. Después doblamos a la izquierda para tomar una terracería de unos dos kilómetros y llegamos a la Hacienda San José, A Luxury Collection Hotel. A estas alturas, afuera el Sol pone a prueba nuestra resistencia pero, adentro, nuestra SUV se vuelve todo un anfitrión en la selva yucateca.
Esencia del sureste
La de San José es una antigua explantación henequenera. El centenario arco de la entrada nos recibe con una hospitalidad paciente, reflejada en los restos de humedad que dan paso a los edificios pintados de un intenso color azul. La vegetación de la selva que se adentra en el patio central nos muestra el camino hacia nuestras suites decoradas con elegancia y guiños del paso del tiempo en la hacienda. Por ejemplo, en mi habitación, saluda un enorme árbol de ficus erguido en medio del baño.
Minutos después, nos disponemos a tomar de nuevo el camino rumbo a nuestra primera parada gastronómica: Nectar, en el centro de Mérida, donde nos saluda el afable Roberto Solís, chef propietario de este restaurante cuya filosofía se basa en su cocina evolutiva, que “consiste en esa mirada moderna o actual, tratando de tener una carta basada 100% en los ingredientes de la región”.
Probamos las deliciosas cebollas negras —cuya apariencia la da la tempura de recado negro y las cenizas de chile—, rellenas de una mayonesa de chile xcatic; el pescado en salsa de calabaza aporta una nueva dimensión a este manjar marino.
Más tarde, en Chichén Itzá atestiguamos un espectáculo sin comparación: las Noches de Kukulkán, una proyección multimedia que reviste de haces de luz láser la pirámide dedicada a la serpiente emplumada de los mayas. En algunos momentos de la narración sobre algunos pasajes de la historia de este pueblo, la imagen del portentoso monumento antiguo se confunde con el alquímico fondo de las estrellas.
Luz sumergida
En el segundo día de la experiencia, antes de las seis de la mañana, el canto de las aves en Hacienda San José nos despierta y nos anima a tomar el volante deportivo de la KIA Sportage para ir a bucear en las sagradas aguas de los cenotes.
Partimos en caravana hacia nuestros tres objetivos separados por varios kilómetros entre uno y otro: los cenotes Noh-Mozón, Nah-Yah y Kankirixché. Lo recomendable es tomar la carretera a Chetumal, a la altura del pueblo de Telchaquillo, luego entrar hacia la comunidad de Pixyá y preguntar a la gente por los cenotes.
El camino de terracería es en verdad sinuoso. Por momentos parece inaccesible, pero el gestor de estabilidad del vehículo (VSM) y el control electrónico de estabilidad (ESC) de la KIA Sportage no se dejan someter por el gran tramo de selva que tenemos enfrente. Una vez en la entrada a Noh-Mozón, situado al ras del suelo, los viajeros que nos acompañan, dirigidos por Aarón Díaz, del centro de buceo Poseidón, se acomodan el traje, las aletas, los visores y sincronizan sus computadoras (como relojes de pulsera). Bajan unos 30 escalones hasta el espejo de agua cuyos efectos de luz son atractivos, aunque no imponentes. El objetivo es una inmersión de 40 minutos a una profundidad de entre 60 y 90 pies.
Una hora después, se repite la preparación de los buzos y entramos a Nah-Yah. El resultado final difiere: al voltear hacia arriba, en medio de la oscuridad de la caverna sumergida a unos 80 pies, los rayos de luz se refractan de una forma casi etérea.
Kilómetros después, el cenote Kankirixché es una revelación. Aunque el espejo de agua no es tan profundo como los otros, la oquedad interior, localizada a unos 25 metros de profundidad, hospeda las inmóviles formaciones rocosas —estalactitas, estalagmitas y protuberancias por todos lados— que ofrecen miles de vistas lumínicas. Una más fascinante que la otra.
Después nos dirigimos a la carretera Mérida-Uxmal, hacia Temozón, A Luxury Collection Hotel, una antigua hacienda henequenera que data del siglo XVII, cuyas 28 habitaciones y suites tienen detalles como los exquisitos pisos de mosaico, enmarcados por extensas áreas verdes y una larga piscina turquesa que conduce a un spa con tratamientos inspirados en la cultura maya. Luego, el registro y una pausa para disfrutar de una refrescante agua de Jamaica.
Para cerrar la noche, llegamos a Mérida, al Barrio de Santiago, donde yace Mérida Space, un centro culinario delicatessen y mercadillo que ofrece cenas privadas de acuerdo con el concepto Cook It Raw, es decir, cocina sin la intervención de la electricidad. El artífice es el italiano Alessandro Porcelli, quien trabajó durante 17 años en el restaurante Noma, en Copenhague. Los platillos destacados: la sopa de lima con chicharrón de pollo; camarones y caracol con trigo, hierbabuena, cebolla y pimienta roja, así como la calabacita con berenjenas y queso bola.
Al regreso, un poco preocupados porque es medianoche y el trayecto en carretera dura cerca de 40 minutos, la calma de la cena retorna a nuestros cuerpos cuando accionamos los faros delanteros bi-xenon, con luces de conducción diurna, que nos llevan sanos y salvos a nuestro hotel. Podría decirse que nuestras pupilas se adaptan felinas a la casi total oscuridad.
Cielo rosa
La luz del amanecer de nuestro tercer día otorga un sutil señorío a las columnas rojas que dan la entrada a la Hacienda Temozón, de la cual nos despedimos con nostalgia. La frescura ambiental permite correr en su totalidad el quemacocos panorámico de la KIA Sportage. Y, ¿por qué no?, asomar la cabeza para tomar algunas fotos en el camino hacia el puerto de Chuburná, desde donde tomamos una pequeña embarcación que nos lleva a los kayaks. El río que viene después nos conduce al ojo de agua Tzul-há, que nuestro guía llama petén; en medio de un gran manglar, preside el nacimiento de agua dulce un orgulloso mangle de aproximadamente 200 años de edad.
Nos damos cuenta de que remar con delicadeza garantiza un avance más rápido cuando un aleteo exige nuestra atención. Enseguida, volteamos al verde turquesa del agua, y nada; giramos la cabeza y el cobalto del cielo se tiñe de rosa con el vuelo, a unos 15 metros, de cientos de flamencos que graznan para recordarnos que estamos de paso en su territorio. Por unos minutos, la corriente nos mueve varios metros (y recuerdos) para invitarnos a remar de nuevo.
De regreso a Hacienda Temozón, el chef Julio Ku nos espera para darnos una clase magistral de cómo cocinar cochinita. Su amabilidad no disminuye aunque se concentra en macerar el achiote con jugo de naranja agria. Como el tiempo de preparación rebasaría nuestro antojo, Julio nos alegra: aproximadamente unas 12 horas antes había dejado que el pib (hoyo) ardiera al calor de la leña y las hojas de roble.
Allí colocó un enorme recipiente de metal y papel aluminio del que, en plena clase, emergen las hojas de plátanos que arropan la carne servida en tortillas de comal hechas en el momento. Sobresalen los sabores de los ingredientes: laurel, orégano silvestre, ajo, clavo de olor, sal de grano, pimienta y cebolla roja.
Historia desde el aire
El Aeropuerto Internacional de Mérida se mantiene en nuestra mente al iniciar el cuarto día. Muy temprano partimos al encuentro de la avioneta Cessna 172 que nos alejará del suelo para darnos una perspectiva nueva del sitio arqueológico de Dzibilchaltún.
Los nervios nos mantienen con los sentidos avispados cuando se mueven las hélices, pero al alcanzar los 1,500 pies de altura y una velocidad aproximada de 70 millas por hora, la vista se vuelve la protagonista. Sobrevolamos los cerca de 19 km2 de la zona, el ocre de los vestigios arquitectónicos contrasta con el azul profundo del cenote Xlakáh, uno de los más grandes y profundos descubiertos en Yucatán. Desde acá, la disposición de los antiguos edificios y de los sacbés (caminos blancos) parece tomar un orden cósmico que no se mira a ras de tierra.
De nuevo con los pies en su elemento natural, retomamos el camino a Mérida. En el afamado Paseo Montejo se localiza nuestro último anfitrión, el hotel boutique Rosas & Xocolote. La fachada y los interiores hacen honor a su nombre: tonos rosados y cafés contrastan armoniosamente, sin saturar la vista. Ningún descuido empaña los detalles de todos sus espacios, tanto en las áreas comunes como en las habitaciones.
En el restaurante, el chef David Segovia aguarda con una vivificante agua de chaya, pepino y limón que nos anuncia las delicias de nuestro último día en Mérida: una ensalada de arúgula, higo rostizado, fresas, nibs de cacao y café; un atún en costra de ajonjolí negro con espárragos, palmitos y recado rojo, y una pechuga de pato con longaniza de Valladolid, elote, melón y chile xcatic. Una propuesta excelente de fusión gastronómica.
Con las sensaciones rondando aún en nuestros cinco sentidos, el final de la experiencia nos toma por sorpresa. Solo resta tomar la KIA Sportage para dirigirnos al aeropuerto y activar la pantalla touch multifunción de 7 pulgadas para escuchar una canción que parece un ronroneo felino.
Información de viaje
Mérida es la capital de Yucatán. Cuenta con más de 300 restaurantes y tiene una amplia oferta cultural. La temperatura promedio es de 26ºC y su clima es caliente y húmedo.
Cómo llegar
- Interjet (interjet.com.mx) tiene vuelos directos desde la Ciudad de México hacia Mérida. Vuelo redondo desde $183 USD.
- Recursos
- La Dirección de Promoción Turística (yucatan.travel y @YucatanTurismo), adscrita a la Secretaría de Fomento Turístico del gobierno de Yucatán, ofrece información sobre el turismo yucateco de reuniones en los ámbitos nacional e internacional.
Dónde comer
- Nectar La filosofía de este restaurante es: “Para hacer alta cocina tenemos que hacerlo con el corazón, con pasión y con detalle”. Avenida 32, entre 43 y 45, San Antonio Cucul, Mérida, Yucatán. nectarmerida.com.mx
- Luis Barocio Piloto aviador y cocinero por convicción, el chef Luis Barocio nos ofreció, en una cena privada especial para nuestra experiencia, un papadzul de jaiba en pasta estilo filo, un medallón de res en recado negro con ensalada de vegetales y una mousse de dulce de papaya con crema inglesas. En 2002 comenzó su proyecto Escuela Culinaria del Sureste y en 2006 inauguró Entre Tangos, restaurante de cocina argentina. culinaria.edu.mx
- Rosas & Xocolate (Ver Dónde quedarse) Los ambientes sorprenden por sus tonalidades y diseño. El chef David Segovia propone una fusión gastronómica inolvidable. Paseo de Montejo 480 x 41, Centro, Mérida, Yucatán.
Dónde quedarse
- Hacienda San José Los caminos con arcos de flores en medio de la vegetación tropical enmarcan esta explantación henequenera cercana a Chichén Itzá. Habitaciones dobles desde $182 USD. haciendasanjosecholul.com
- Hacienda Temozón Las amplias áreas verdes en perfecta armonía con su imponente arquitectura. Habitaciones dobles desde $182 USD. haciendatemozon.com
- Rosas & Xocolate Hotel boutique ubicado en el hermoso Paseo Montejo, a unas seis cuadras del Centro Histórico de Mérida. Su spa ofrece las Xocolaterapias, con técnicas ancestrales y vivificantes realizadas con pasta de cacao 100% puro. Master suite desde $215 USD. rosasandxocolate.com
Garra en movimiento
KIA Sportage 2016 El diseño de Peter Schreyer, de KIA Motors Corporation, ofrece un vehículo dinámico, con fuerza y elegancia. La cuarta generación de KIA Sportage está disponible en cinco versiones: LX, EX, EX Pack, SXL y SXL AWD.
Su motor de 2,4 litros funciona con 4 cilindros y alcanza los 181 caballos de fuerza (hp). La seguridad está garantizada con sus 6 bolsas de aire, frenos de disco en las cuatro ruedas (con sistema ABS) y el control electrónico de estabilidad (ESC). Cuenta con sistema de monitoreo de aire en llantas (TPMS), techo panorámico, apertura automática de cajuela y cargador inalámbrico. Hay siete colores disponibles: cherry black, fiery red, patina gold, sparkling silver, snow white pearl, mineral silver y mercury blue. Para la experiencia KIA Sportage–Food and Travel manejamos una SUV SXL AWD, con un costo de $439,900 MXN.
Agradecemos las facilidades otorgadas por la Secretaría de Fomento Turístico de Yucatán, The Luxury Collection (Starwood Hotels and Resorts), el hotel Rosas & Xocolate y KIA Motors México.