Formar niños viajeros no solo implica vivir momentos divertidos con ellos fuera de la rutina, sino que también conlleva diversos beneficios. Viajar es la mejor forma de que aprendan —y de paso los papás también— sobre la diversidad y a cuidar la naturaleza. Fotos: Elsa Navarrete; Adobe Stock; Unplash.
Familias nómadas
Recuerdo haber leído bastante intrigada un artículo sobre una familia española que lo dejó todo para viajar por el mundo a bordo de un camión tipo camper. Para mi sorpresa, no se trataba de un viaje de seis de años que realizaba una pareja, en total eran cinco, incluyendo a un bebé de un año y medio.
A la mayoría, esta travesía nos podría parecer, más que complicada, casi imposible, pero desde que leí esta historia y otras —como una familia argentina que lleva 15 años en ruta con sus cuatro hijos y practican el homeschooling—, he pensado en por qué no salirme también del esquema “establecido” y ser yo, su mamá, la que les muestre a mis dos hijos el mundo en el que vivimos, para enseñarles desde pequeñitos que hay muchas realidades y formas de vivir y de pensar.
Tal vez un día nos animemos, quién sabe, pero mientras eso sucede tengo claro que tener hijos no significa renunciar a lo que nos apasiona, especialmente, si es viajar. Al contrario, creo que si tenemos hijos, deberíamos viajar, porque la calidad familiar en estas escapadas, fuera de la rutina y los tiempos justos —y más si se vive en una gran ciudad—, es invaluable.
En nuevos paisajes, entre nuevas personas y tradiciones, las pláticas, las anécdotas y las enseñanzas son únicas, y se quedan grabadas en la memoria de todos. Está en nuestras manos alimentar la curiosidad innata de los más pequeños del hogar, quienes pueden ser los mejores compañeros de viaje.
“Hay que involucrar a los hijos desde la planeación, empezar a generarles curiosidad, creatividad e imaginación. A fin de cuentas esto es lo que nos lleva a aprender y a afrontar los obstáculos”, comentó Mandy Jacobo, en una de nuestras transmisiones en vivo por Facebook. Según esta mamá y especialista en Neuropsicología aplicada a la educación, viajar engloba todo el abanico educativo y hay que aprovechar los viajes, por más cortos que sean, para que aprendan de verdad.
Más experiencias significativas, más efectos positivos
Los múltiples beneficios de crear niños viajeros van desde nuevas habilidades y actitudes hasta un mejor desarrollo social y emocional. Pero, entre más sostenible sea el viaje, es decir, que promueva el cuidado del medio ambiente, entre más se realicen actividades de la mano de los locales, entre más se experimente la cultura en primera persona, los niños desarrollarán valores más positivos.
Más que un derecho, viajar es una necesidad, y no se trata de ir a lugares remotos o recorrer el mundo entero para sentir que en verdad se está practicando el verbo en su totalidad. Se suele poner toda la energía y el presupuesto en grandes viajes, sin embargo, y más por la situación sanitaria actual, no siempre se pueden realizar este tipo de travesías. De ahí la importancia de tener en mente las escapadas rurales, los viajes en corto y los road trips por las carreteras de México. Lo que realmente se busca es desconectarse de la cotidianidad para conectarse con el resto de los integrantes de la familia.
Hay que proveerlos de travesías inmersivas que significan no solo darles la oportunidad de vivir experiencias genuinas, sino también herramientas para que valoren la diversidad, respeten la naturaleza —que tanto nos hace falta— y a las demás personas y adquieran flexibilidad.
Viajar: vivir la teoría
“Los papás somos los responsables de llevar la educación a la vida práctica. Y los viajes son la mejor herramienta para llevar a cabo de esto”, compartió Mandy Jacobo, una de las fundadoras de Educando Ando, quien también afirma que los viajes no deben ser rutinarios, sino aventuras llenas de aprendizajes contextualizados.
Escapada tras escapada, nuestros niños viajeros aprenderán a manejar el miedo a lo desconocido al salir constantemente de su zona de confort y les enseñará a disfrutar de los grandes placeres de la vida: ver un atardecer, caminar entre el bosque, respirar aire fresco y puro, conocer gente, tener tiempo para uno mismo sin televisión ni tabletas. Es más, creo que un año lleno de viajes aporta más aprendizajes que todo un año escolar, porque viven de una manera más divertida la geografía, la historia, las ciencias naturales, los idiomas.
“¡Qué mejor que los padres para disfrutar con ellos del planeta más lindo del universo! Y lo mejor: para mostrarles que los sueños se pueden atrapar. No decírselo, sino mostrárselo”, son palabras que resuenan en mi cabeza desde que me enteré de Herman Zapp, padre de una de estas familias nómadas que no lo dejaron todo sino más bien fueron por todo.
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