Camino de Santiago Francés en Galicia: 4 lugares de pura magia

Son millones de personas las que hacen cada año el Camino de Santiago Francés, la más recorrida de las rutas jacobeas por el norte de España. Sin embargo, a pesar de su popularidad, existen pueblos y rincones en Galicia cuyo encanto y autenticidad bien valen una pausa en el camino. Conócelos. Fotos: Arturo Torres Landa

La mística de O Cebreiro

 

Afuera llueve fino y perseverante: un día gallego. Las gotas suspendidas en el aire de la montaña difuminan el contorno de los edificios y las calles de la aldea de O Cebreiro. Piedra gris sobre piedra gris, techos de pizarra empapada, nubarrones de musgo. La tormenta moja la copa de los acebos, que en esta época del año (el otoño se asoma) ya lucen sus bayas maduras. Enrojecidas, las gotas mojan sus tallos espinosos, y la imagen apela a la iconografía del fervor que millones —en este y aquel costado del Atlántico— guardamos en algún rincón del inconsciente. Dentro de la capilla de Santa María la Real se está tibio, seco. 

Los peregrinos llegan peinándose los hilos de agua que les bajan por el rostro; algunos rezan y encienden velas. Bajo las tres arcadas de este monumento del siglo IX, la construcción religiosa más antigua en pie en esta parte de Galicia, hay en resguardo un crucifijo que proyecta dos sombras a sus costados; una pila bautismal labrada en piedra donde sumergían a los fieles; un cáliz y una patena que forman parte de una leyenda de sangre y carne: un Santo Grial. 

Iglesia de O Cebreiro
Camino de Santiago Francés

Encaramados entre cuestas y neblinas, el pueblo gallego de O Cebreiro y su capilla mística bien podrían ser el destino final de una épica caballeresca, el acto final de la ópera de Parsifal deWagner. Sin embargo, con todo y su calma, y la luz tremulosa de sus velas cansadas, este pequeño poblado es apenas la primera huella en Galicia de los días y las semanas que conforman el Camino de Santiago Francés.

Del Camino de Santiago —cuyos registros más antiguos tienen 1,200 años— se han escrito tantas páginas que bien podrían cubrir los 930 kilómetros de longitud que tiene tan solo el tramo del Camino de Santiago Francés, el derrotero más popular de esta travesía, el cual comienza en Saint-Jean-Pied-de-Port, en la frontera entre Francia y España, y termina en el punto mismo donde las torres de la catedral de Santiago de Compostela hunden los cimientos.

¿Qué puede haber en la capilla de O Cebreiro que atrae a gente de todo el mundo a venir caminando, a enfrentar el frío, a entregarse al cansancio? El padre Francisco Castro, párroco de Santa María la Real, lanza la pregunta mientras se apresura a colocar los sellos en un pasaporte de peregrino. Y aunque la respuesta no es rotunda, parece haber atisbos de ella en las fotos de los amaneceres nevados que el franciscano comparte por WhatsApp con quien le pida pruebas mayores de la singularidad de este rincón de Galicia, de España.

Camino de Santiago Francés
Galicia

En O Cebreiro concurren el silencio y la belleza natural que se antojan necesarias para la contemplación, sea esta con fines religiosos o de preparación para la caminata que viene por delante. Afuera de la capilla, a través de la lluvia, resuena la música acelerada de una gaita gallega, proveniente de una tienda de artesanías. El temporal amaina y los mesones sacuden los postigos verdes de sus ventanas, dejando escapar un aroma a pulpos con cachelos (papas cocidas). Sobre las mesas pondrán pan moreno, empanadas de carne como gustan comerlas en la provincia de Lugo, un trozo de queso Cebreiro con su aroma a pasto atlántico y leche.

Camino de Santiago Francés: tierra adentro

 

Más adelante, hacia el oeste, se arriba a Sarria, población que ha cobrado relevancia como arranque más popular del Camino de Santiago Francés gracias a que, partiendo desde él, se pueden cubrir los 100 kilómetros a pie mínimos necesarios para recibir la Compostela. Este documento, que expide la Oficina del Peregrino de Santiago de Compostela, acredita que la travesía jacobea ha sido concluida con la fe como brújula, y da constancia del paso por las diferentes posadas y templos que se alzan en el camino.

Desde Sarria, vale la pena continuar la caminata con luz de día para llegar a Portomarín, otro de los hitos de esta ruta. Hacerlo no debe conllevar prisa, pues ofrece la oportunidad de andar por algunos de los parajes más bellos de esta parte de Galicia. Aquí los muros de piedra de las granjas forman pasadizos estrechos que los árboles acaban por convertir en túneles de luz verde. Caen las hojas de los robles sobre los peldaños que los peregrinos han esculpido con sus pies sobre la roca, la tierra, las raíces. Se escucha hablar a los caminantes, a lo lejos.

Camino de Santiago Francés en Galicia

Tras abrirse paso a través de las arboledas aparece Portomarín, incrustada en una ladera del vecino río Miño. Desde el camino, este poblado parece extraído de un relato de reyes y princesas: allí están el antiquísimo puente estirando su nervadura sobre los bancos del río; el mosaico blanco y negro de sus casas azotadas por el sol de la tarde, así como las aspilleras militares del techo de la iglesia, que más que templo parece el torreón de un castillo. Sin embargo, lo asombroso de la panorámica es que es reciente, pues el pueblo fue trasladado piedra por piedra al cerro que hoy le acoge tras la construcción de un embalse que acabó por devorar la villa antigua, en la década de 1960.

Portomarín, Galicia
Portomarín, Galicia

Hoy, Portomarín se revuelve en torno de la iglesia de San Nicolás, edificada en la Edad Media por los también medievales Caballeros Hospitalarios. Al verla, desde la base de su macizo cuerpo, es imposible no reparar en el enorme rosetón de vitral que domina su fachada, adusta como el carácter monacal de esta orden que nació y se batió en las Cruzadas. Y mientras por la mente transitan imágenes de refriegas a caballo, de espadas y lumbre, resulta curioso ver a los peregrinos que descansan los pies bajo los pórticos de la plaza, relajando los músculos con un tratamiento que consiste en beber cervezas Estrella al atardecer.

El camino más allá del camino

 

A pesar de que el Camino de Santiago Francés se diluye en la Plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela, el ánimo por seguir recorriendo el interior de Galicia no termina allí. Sí, llegar a Santiago de Compostela es el objetivo claro de quien se hace al andar, pero desde antes de que la tumba del apóstol Santiago fuese descubierta, alrededor del año 825 d.C., la cornisa más occidental del continente europeo ya reclamaba el interés de quienes creyeron que en Galicia se hallaba el sitio exacto donde el sol invicto se ahogaba en el Atlántico.

Catedral de Santiago de Compostela, Camino de Santiago Francés, Galicia
Ponte Maceira, Galicia

Desde la capital gallega, el primero de los hitos del Camino del Fin del Mundo que reclama una visita fugaz —por lo menos— es Ponte Maceira. Si O Cebreiro es la capilla mística y Portomarín el fortín de los caballeros, Ponte Maceira es la imprescindible aldea de cuento. A primera hora de la mañana, la niebla que suele cubrir el pueblo durante la madrugada comienza a disiparse, dejando ver sus tejados sonrosados y su puente de piedra cubierto por líquenes y enredaderas. Abajo, a la orilla del río Tambre, un viejo molino de piedra hace reverberar el sonido del agua, que brinca y salpica a través de rocas, lisas de tanto río, verdes de tanto musgo.

Apartir de Santiago de Compostela se puede tomar otra ruta que tiene como culmen el cabo de Fisterra, el finis terrae a donde los romanos y los pueblos anteriores peregrinaban hacia el fin de su mundo conocido.

El camino hacia el cabo de Fisterra bordea un brazo del Atlántico y corre a un costado de hileras de pinos que dan poca sombra. Y es que a medida que el fin del mundo se acerca, el sol da pleno en el cuerpo, evaporando el sudor de los peregrinos que, ya exhaustos, se animan a sí mismos tarareando canciones pop como si fueran mantras. Erguido contra la mar, se yergue el faro de Fisterra, con su caseta convertida en hotel y su torre esperando a que llegue la niebla para encenderse. Detrás del faro, en las últimas rocas de Europa, se sientan los peregrinos a tomar aliento, a hacerse selfies o hundir los ojos en el mar. Una antigua tradición dictaba que en ese lugar y momento correspondía quitarse la ropa usada durante el camino, para después quemarla a manera de rito de renovación.

Camino de Santiago Francés en Fisterra

Y aunque sabemos con certeza que el astro arde más allá del horizonte, actualmente muchos viajeros prolongan la caminata para cerrar una travesía en la que se entrelazan la devoción cristiana y el misterio pagano: dos voces que casi siempre suenan al unísono en el panorama humano de Galicia. spain.info/es

 

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