La celebración de la vida y la muerte; la reunión entre quienes aún estamos en este plano y los que ya se fueron. El Día de Muertos es una de las tradiciones más arraigadas en nuestra sociedad, practicada por la mayoría de los mexicanos. Su relevancia ha sido reconocida incluso por la Unesco, quien la denominó en el 2003 como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.
Comúnmente se dice que el periodo de festejo va desde el 31 de octubre hasta el 2 de noviembre. Sin embargo, diversas culturas étnicas del centro y sur de México comienzan las conmemoraciones desde los últimos cinco días de este mes. El Día de Muertos tal y como lo conocemos, es el fruto del sincretismo ideológico entre culturas prehispánicas e hispánicas. Es precisamente a los primeros a quienes les debemos los altares con ingredientes, pues de acuerdo con Fray Diego Durán las ofrendas que los nahuas realizaban incluían cacao, aves, frutas, semillas y comida.
Actualmente los altares más completos son de siete niveles y contienen agua, flores de cempasúchil, veladoras, copal e incienso, cruces, petates, calaveras de azúcar, sal, papel picado, alimentos, bebidas, imágenes religiosas y fotografías.
Una característica especial de esta celebración es que sucede también en distintos panteones del país. De acuerdo con la historiadora Elsa Malvido, ex colaboradora del Instituto Nacional de Antropología, esta tradición surgió después de la primera pandemia de cólera en 1833, cuando los difuntos fueron exhumados de las iglesias a panteones en los linderos de las ciudades. Así, cuando llegó el 2 de noviembre, la caminata hacia el altar que las personas realizaron fue tan prolongada que al llegar a las tumbas adornadas con flores y colores, decidieron comer y beber.
¿Dónde admirarla en su máximo esplendor?
La región del lago de Pátzcuaro en Michoacán es uno de los lugares más representativos para vivir esta tradición. El panteón del pueblo, así como la Basílica están cubiertos de ofrendas, así como el cuerpo de agua en donde navegan numerosas lanchas hacia la isla de Janitzio. Por su parte en Huaquechula, Puebla, cerca del Popocatépetl, las casas son el escenario de ofrendas monumentales de tres o más pisos con colores blancos, brillantes y simbolismos hechos por artesanos.
En la ruta Xantlo de la huasteca de San Luis Potosí el 1 de noviembre se hace una velación con rezos y alabanza por toda la noche. Mismas que son acompañadas con melodías de la Danza de la Malinche.
Finalmente, en el panteón San Andrés, del barrio Mixquic, al sureste de la Ciudad de México los días 1 y 2 de noviembre se convierte en un escenario repleto de color, misticismo y respeto hacia los fieles difuntos.