El equipo de Food and Travel México te llevará de paseo por un país cuyo encanto hipnotiza a propios y a extraños. Entre anécdotas entrañables, reafirmarás que esa magia reside en sus costumbres y rituales, la diversidad de sus paisajes naturales, la calidez de su gente y su cocina legendaria. Disfruta y al mismo tiempo recorre y cómete a México a través de estos nueve relatos que te harán reafirmar tu amor por nuestro país.
Real de Catorce
Elsa Navarrete, coeditora, regresó impregnada de la melancolía que provoca caminar entre los vestigios de una bonanza minera, y sorprendida al ver el ritual de los huicholes en el Cerro del Quemado, en San Luis Potosí, México.
Todo se inició cuando crucé la puerta de entrada obligatoria: el Túnel de Ogarrio. Después de esperar mi turno, ya que para autos es de un solo sentido a la vez, y recorrer sus 2.3 kilómetros que datan de principios del siglo XX, descubrí al final la joya del altiplano potosino con 1,400 habitantes, rodeado de leyendas y paisajes semidesérticos.
En la actualidad, el tiempo parece haberse detenido en sus calles y edificios de piedra. Los vestigios de un esplendor remoto te transportan del bullicio urbano a una atmósfera introspectiva. Y esta impresión es su fuerza de atracción. Entre bosques de yucas (palma china), biznagas y otras cactáceas, la magia está suspendida en el aire. Eso se debe en parte a que aquí se encuentra el Wirikuta, la tierra sagrada para los huicholes o wixárikas. Para conocer su centro ceremonial, el Cerro del Quemado, donde esta etnia culmina la peregrinación que hace cada año, solicité los servicios de los caballerangos que están sentados en la calle principal, con todo y sombrero.
Don Chuy fue mi guía. Y mientras me ayudaba a montar al Cuervo, un caballo marrón de 10 años, me explicó que el recorrido duraría en total, ¡tres horas!; hecho que mis piernas resintieron al día siguiente. La mina de San Agustín, de una arquitectura islámica muy particular, fue apenas el umbral de este camino conocido de memoria por los caballos.
“Suban rápido, están los huicholes”, gritó un caballerango que venía descendiendo del cerro. “Están de suerte”, insistió al comentar que su última peregrinación ya había ocurrido. En esa ocasión, casi única, algunos habían regresado para volver a pedir a sus dioses por las lluvias. En la cumbre de la montaña, donde nace el sol para los wixárikas, presencié la ceremonia a lo lejos.
Fue inevitable, se me enchinó la piel al sentir el fervor del ritual en sus altares de piedras, con el desierto a la lejanía. Al terminar, dejaron sus ofrendas y regresaron a sus casas, que tal vez podían estar en Nayarit, Jalisco o Durango. visitmexico.com/
San Cristobal de Las Casas
Nunca se imaginó Aurora Yee, redactora, lo que aprendería entre las calles bohemias de San Cristobal de Las Casas, Chiapas, México, en donde late con fuerza la cultura chiapaneca rodeada de edificios coloniales y etnias autóctonas.
Caminaba en las calles de San Cris, como le llaman cariñosamente los locales, cuando de pronto el cielo dejó caer pequeñas gotas de lluvia que apenas acariciaban. No aceleré el paso, porque como habitual visitante de este encantador Pueblo Mágico, sabía que las lloviznas son pasajeras e intermitentes.
De pronto la vi bajo el tejabán de una casona colonial. Era una niña de unos ocho años, cabizbaja, pero con la mirada más expresiva de todo el andador peatonal de la calle 20 de noviembre. Me enternecí con su gesto infantil de colocar toda su venta en el piso para jugar. La mercancía constaba de monederos bordados y servilletas de textiles coloridos, y estaban amurallados con algunos paraguas. Le sonreí y me sonrió. Me pareció que esa escena era digna de recordar, así que lo hice. Preparé la cámara y le tomé una foto.
Ella me vio y me frunció el entrecejo con desaprobación. Los tzotziles, como otros pueblos mayas, tienen la creencia de que su alma puede ser capturada si son fotografiados. Entonces me acerqué y le pregunté si aquello le había molestado. No me contestó hasta que puse interés en sus bellas artesanías y en su indumentaria. Así, supe que se llamaba Ikal, que luego de la escuela ayudaba con la venta familiar y que eran de Zinacantán, un pueblo cercano dedicado a la elaboración de textiles.
Después de la plática, ya tenía un par de piezas, un paraguas en la mano y la enseñanza de ser más respetuosa con las fotos. No estaba enojada en realidad, aquella tan solo era una niña que, como muchas otras, vive una injusta infancia con trabajo y pocas oportunidades, con un mundo de responsabilidades, pero también una vida llena de sueños. Una vez hecha la compra, ella se fue feliz con todas sus cosas y con un nuevo semblante. Yo seguí explorando por las calles empedradas, ahora con la protección del paraguas de Ikal. visitmexico.com/destino/san-cristobal-de-las-casas
Nanacamilpa
En Tlaxcala, muy cerca de Ciudad de México, Mariana Mendoza, coordinadora editorial, comió rico, bebió pulque y tuvo encuentros cercanos con dos especies animales: una muy tierna; otra, un tanto salvaje.
Existen historias de encuentros con animales salvajes que a veces creemos que solo suceden en lugares tan remotos como África. Así que jamás me hubiera imaginado lo que me pasaría en un sitio tan cercano a Ciudad de México como Tlaxcala. Este es uno de los estados más pequeños, pero sorprendentemente rico en gastronomía, naturaleza y cultura.
El día inició visitando San Bartolomé del Monte, una ex hacienda pulquera en Nanacamilpa, donde vivió el llamado Rey del Pulque, Ignacio Torres Adalid. Continuó con el recorrido por los campos magueyeros del Rancho San Isidro, donde observamos esa generosa planta que entrega su corazón para sangrar el delicioso aguamiel, que luego se convierte en pulque.
La jornada terminaría pasando la noche en un sitio encantador llamado Canto del Bosque, un centro ecoturístico con cabañas y zona de acampado; pero antes, un acontecimiento sin igual nos esperaba: el avistamiento de luciérnagas. Cuando oscurecía, nos reunimos en un numeroso grupo para caminar juntos hacia el interior del bosque.
Pero en nuestra labor periodística, uno de los guías decidió que lo mejor era que nos apartáramos del resto para caminar con calma y detenernos largo rato para tener una mejor percepción de la experiencia. Después de disfrutar de la seductora danza de los pequeños insectos, y un tanto extasiados por esa magia de la naturaleza, caminábamos al lado del guía.
Yo, con grabadora en mano, hacía preguntas sobre algunos detalles. De pronto, un gruñido al lado del camino me hizo interrumpirlo: “¿qué fue eso?”, pregunté un poco alarmada. “Ha de ser un gato montés”, me respondió. Tratando de guardar la calma, apreté el paso para llegar hacia la planicie donde iniciaba el campamento, donde había otras personas esperándonos.
Cuando llegamos, nuestro guía les contó lo que habíamos oído, pero otro lo interrumpió: “Pues por ahí hay un lobo paseándose… Miren, si dirijo la luz de mi lámpara hacia los árboles, se iluminan sus ojos color rojo”. Por instinto volteé tratando de encontrarlos, pero algo en mi interior me gritó: “¡Corre, Mariana, correeeeee!”. Prefiero no pensar en cómo me vi huyendo despavorida, pero las risas me lo dijeron todo. Facebook. @santuario.delasluciernagasnanacamilpa
Hierve el Agua
En la antigüedad fue un sitio sagrado para los zapotecas que ahí habitaban, por el nacimiento de agua. Ahora, este destino oaxaqueño debe ser respetado y preservado… Cuando lo conoció Ana Belen Ortiz, coeditora web, la hizo soñar.
La primera vez que conocí Hierve el Agua en Oaxaca, México, fue acompañada de un grupo extraordinario de periodistas y un influencer. Llegamos al abrir el parque, caminamos por un pasillo de terracería que nos llevaría a las famosas cascadas petrificadas y las pozas de agua, mejor conocidas como el Anfiteatro.
Al final del camino, estaba una reja que era el acceso a este sitio que posee más de 2,500 años de antigüedad. En ella colgaba un letrero con las reglas para entrar, la más importante: respetar y preservar el lugar. Una vez adentro confirmé por qué los zapotecas lo consideraban un espacio sagrado, pues al ver las pozas de agua me maravillé por su forma, pues se cree que fueron un sistema de riego en la antigüedad.
Pero al subir la mirada, las cascadas petrificadas me impactaron: se trata de agua carbonatada que quedó en estado sólido hace miles de años, cayendo a más de 50 metros de altura. Sentí tanta paz que tuve el deseo de nadar en las pozas, no sin antes preguntar si estaba permitido. Me dijeron que era un sitio de contemplación, pero que no estaba prohibido nadar.
Entré y dejé que mi cuerpo flotara: éramos la sierra, las cascadas, las pozas y yo… Hasta que el zumbido intenso de un “insecto” me hizo salir del trance: abrí los ojos y no vi nada, volví a cerrarlos, pero mi paz se interrumpió por completo al escuchar: “Si no lo apagas, tendremos que quitártelo”. Inmediatamente salí del agua para ver lo que ocurría. Eran 10 lugareños con machetes enfundados, desconcertados por un objeto volador.
Ese zumbido provenía de un ¡dron!, que había sido volado sin permiso por el influencer. Los lugareños manifestaron su molestia, más cuando el sujeto se negó a apagarlo, pues dijo: “Necesito las mejores fotos”. Al ser él parte de nuestro grupo, nos pidieron a todos retirarnos.
A causa de ello, tuve que decirle adiós a este bellísimo lugar, que, como todo buen periodista de viajes, investigué antes de visitarlo. Así, me enteré de que algunas regiones de Oaxaca, como San Lorenzo Albarradas, se gobiernan bajo el régimen de Usos y Costumbres, por lo que es fundamental respetar las prácticas de los habitantes. Al alejarnos, me retumbaba en la cabeza el refrán: “Donde fueres, haz lo que vieres”. oaxaca.travel
Ixmiquilpan
Por una noche, Montserrat Romero, redactora, fue una indocumentada en Hidalgo: cruzó pantanos, brincó bardas, se enfrentó a ladrones y se arrastró por el lodo para no ser hallada. Al final, la comunidad hñahñu le dio una gran lección.
Un fin de semana me fui al Parque EcoAlberto en Ixmiquilpan, Hidalgo, mi estado natal. Este complejo dirigido en su totalidad por indígenas hñahñu llamó mi atención porque es un todo incluido de actividades: parque acuático con aguas termales, área de acampar, toboganes, kayak, tirolesa y rapel.
Pero, sobre todo, ofrece una experiencia interesante: una caminata nocturna para vivir la travesía de un inmigrante ilegal, un tipo de turismo negro. Así que, después de una tarde acuática, a las 20:00 horas llegaron por nosotros en unas camionetas de redilas. Nos subimos en la parte de atrás y emprendimos el viaje a la montaña.
“¡Yo, Freddy, soy su pollero, y vamos a cruzar esa frontera!”, nos decían antes de que se escucharan las sirenas de la Border Patrol. “¡Stop right there!”, gritaron. La adrenalina subió, corrí para no ser atrapada; suerte que no corrieron algunos. Nos escondimos entre árboles, mientras los polleros daban instrucciones: “¡agáchate o te quedas aquí tieso!”.
En el camino nos encontramos a ladrones y narcotraficantes. Cruzamos un río y el agua nos llegaba a las rodillas. Entré a una zona rocosa, era difícil de ver, mientras brincábamos bardas con alambres de púas. Caímos en un pantano y en equipo nos ayudamos a salir; también atravesamos túneles.
El propósito de esta caminata es crear conciencia, ya que hace muchos años los pobladores de esta comunidad emigraban en un 70% a Estados Unidos, para vivir el sueño americano, lo que ocasionaba muchas muertes. “¡Pecho tierra!” Se oyeron unos “disparos” y nos tiramos al suelo, y así recorrimos un tramo.
La media noche nos alcanzó cuando estábamos por fin cruzando la frontera, y ahí estaba la policía con altavoces creando conciencia: ¿por qué te vas de tu país?, y es que 400 migrantes murieron en la frontera entre México y Estados Unidos en 2018. Nos vendaron los ojos y caminamos uno tras otro hasta que paramos y nos quitamos el paliacate.
Una gran colina se alzaba frente a nosotros iluminada con muchas antorchas que simbolizan a los hñahñus fallecidos como braceros. Una experiencia que enseña a ser solidarios, trabajar en equipo, vencer miedos y creer en ti mismo. Música, un café caliente, pan de la región y la camaradería de esta comunidad indígena cerraron aquella noche. visitmexico.com/estados/hidalgo
Puebla
Conocido por su arquitectura colonial y talavera, este destino también llama desde su legado culinario, cuyo chile en nogada hace que Laura Otero, coordinadora digital, vuelva una y otra vez, pero esta vez lo comió con una gran compañía.
Visitar Puebla es regocijar la mirada y satisfacer al paladar. Caminar por su Centro Histórico siempre es un goce, gracias a la sofisticación barroca que engalana cada una de sus bien trazadas calles. En esta ocasión, quise volver como tantas veces para saborear un chile en nogada. Ya antes había probado algunos otros en este mismo destino, pero volví para dirigirme a lo que me habían dicho que era la parada obligada para estos menesteres.
Caminé hacia Augurio. Me detuve en la pequeña puerta de madera desde donde se logra ver la cocina abierta de color rosa mexicano. Ahí estaba su chef, Ángel Vázquez, quien con una sonrisa genuina recibe a sus comensales para presentarles su obra maestra: receta extraída del recetario familiar de su padre. Caminé por el piso de piedra para sentarme a la mesa mientras recorría el lugar con la mirada. De reojo pude observar en una de las esquinas a un señor de figura esbelta y cabello cano; tenía tanto parecido con Ángel que en seguida los emparenté.
No podía esperar para probar el tan ansiado manjar de historia conventual, así que fue lo que ordené. Llegó, le tomé una foto mientras él ya me seducía con su aroma a nuez. Hice el primer corte y, mientras la nogada se extendía por el plato, aquel señor que había visto minutos antes se acercó a mi mesa para decir:
“Nosotros traemos los ingredientes de este chile; de la mano de los productores, vamos al campo, los recolectamos, somos sus amigos y ellos son los nuestros”. Sin preguntar se sentó a la mesa para platicarme del orgullo que siente por su hijo, por sus logros y viajes.
Y así, mientras fui consumiendo mi antojo, el padre del chef se confesó un amante de la cocina, de los sabores de México y de las tortillas hechas a mano. Sin darme cuenta de las más de tres horas que habían pasado, comprobé que no había errado en decidir entrar a este rinconcito donde no solo se come delicioso, sino donde cada día se cuentan verdaderas historias de amor a México, a su gente y a su gastronomía. visitpuebla.mx
Las coloradas
Entre una majestuosa playa rosa y un peculiar guía turístico, Andrea Cabrera, redactora, se adentró en los característicos paisajes naturales y la calidez de la gente que habita el norte de Yucatán.
Me alisté para salir de Mérida, Yucatán, México, y emprender otra aventura en las calurosas tierras yucatecas. Dos horas y media de viaje en carretera y ya veo enormes montañas de sal que indican mi llegada a Río Lagartos, pintoresco pueblo que alberga Las Coloradas, un paraje reconocido por sus famosas minas de sal, donde sucede uno de los fenómenos naturales más instagrameables de los últimos tiempos: la “playa rosa”.
Apenas terminé de estacionar el auto cuando Iván —uno de los guías que ahí ofrecen tours de 25 minutos— ya tocaba mi ventanilla. Me llamó la atención que aún estando bajo los intensos rayos de Sol, él conservara una sonrisa fresca que invitaba a sonreír también, así que cerramos el trato por $50.
En la cerca, donde empieza la visita, no paraba de mirar los tatuajes, pies descalzos, bronceado intenso y sombrero de safari de Iván; incluso su aspecto me hizo dudar de haberlo elegido como nuestro guía. Con actitud bonachona y la sonrisa en el rostro —que no había desaparecido aun cuando estábamos a 38 ºC—, comenzó a explicarnos perfectamente el fenómeno que ocurre en este lugar.
Cuánto conocimiento almacenado en esa apariencia tan desenfadada, sin pretensiones ni egocentrismos. Me explicó que, debido a los altos niveles de salinidad de estas aguas, se forman halobacterias, que junto a las algas que habitan el lugar, producen grandes cantidades de sustancias color rojizo y entintan el lugar de un característico tono rosado.
La pasarela entre arena, agua rosada y rayos de Sol la disfruté aún más acompañada de él, quien me recordó que la vida es para vestirte como quieras y ser la versión que quieras de ti, porque eso no define lo que hay en tu interior. Finalmente, Iván se ofreció a tomarnos la foto del recuerdo y hasta nos convenció de hacer poses graciosas que se quedaron en la memoria. yucatan.gob.mx/?p=coloradas
La Paz
La riqueza del mar de Cortés en Baja California Sur es innegable, por eso viajeros de todo el mundo acuden a él para admirar su vida subacuática. Arturo Torres, redactor, se encontró con uno de sus habitantes temporales más sorprendentes.
Partimos de la marina de La Paz temprano por la mañana. Sabíamos que, entre más joven el día, mejores serían las posibilidades de lograr nuestro objetivo. A bordo del bote, una pareja proveniente de Japón no podía ocultar el doble asombro que sentían: en parte por estar cerca de cumplir su sueño de nadar en el llamado Acuario del Mundo, así como por toparse con un sujeto con una playera de la película nipona Mi vecino Totoro, es decir, yo.
Finalmente, tras cerca de 40 minutos de haber zarpado, la radio del capitán inició a crepitar: “¡allí, una aleta, a las 12:10!”, le indicaron de otra embarcación. Y entonces lo vimos: como un enorme colmillo negro, la aleta dorsal de un tiburón ballena rompía las olas. Sin pensarlo dos veces, nos colocamos las aletas, el respirador y el visor, y nos arrojamos al Mar de Cortés.
Dentro, la opacidad de las aguas complicaba ver al pez más grande del planeta; el temor de todos era que el tiburón ballena se hubiese alejado hacia profundidades inalcanzables para dos japoneses y un mexicano armados con traje de baño y equipo de esnorquel. De pronto, los rayos del Sol penetraron el agua, y a través de ese prisma luminoso lo pudimos ver: enorme como un autobús de pasajeros, sereno como una montaña. La luz le caminaba por el dorso, dejándonos ver el tono azulado y las manchas blancas que salpican su piel.
Lo más sorprendente de nadar al lado de un tiburón ballena es la aparente calma con la que se desplazan, y que con el más mínimo movimiento de su musculosa cola son capaces de escabullirse a gran velocidad, hacia la negrura.
Así, fueron varios los intentos que hicimos por alcanzar al gigante, y cuando estuvimos a punto de rendirnos, el tiburón ballena apareció por última vez, abriendo las fauces desdentadas, haciéndonos creer que se despedía con una sonrisa de dos metros, como la que dibujábamos nosotros detrás del respirador. golapaz.com
Biósfera de Sian Ka’an
En una incursión a la Riviera Maya, Arlett Mendoza, editora adjunta, quedó enamorada de los tonos azules y verdes de la laguna de Muyil. Flotando en sus aguas prístinas mientras escuchaba el trinar de las aves, sintió que podía tocar el cielo.
Flotar hacia el éxtasis, fue la promesa en mi itinerario para descubrir los canales de Muyil, asentados en la Reserva de la Biósfera de Sian Ka’an. Sonreí pensando que era exagerada la expectativa, pero la incredulidad comenzó a desvanecerse desde mi llegada a este destino de la Riviera Maya.
La imponente selva y los diversos tonos de azul, celeste, turquesa y verde de la laguna de Muyil que se une con el mar Caribe, me hipnotizaron. Esta reserva es rica en biodiversidad: en sus 528 mil 148 hectáreas se encuentran ríos subterráneos, cenotes, lagunas y manglares habitados por 100 especies de mamíferos, cuatro de ellos en peligro de extinción: el jaguar, el tapir, el manatí y el pecarí. De ahí que desde 1987 fuera declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Abordé una lancha que cruzó parte de la laguna hasta llegar a los canales que trazaron en medio del manglar los antiguos mayas como vía para el comercio, y que hoy, se aprovechan para los viajeros ávidos de experiencias auténticas. El guía me pidió meter las piernas por donde van los brazos del chaleco salvavidas y que me lanzara al agua, todo un alivio en medio de los 39 °C del clima que ya me hostigaba. La idea era simple: fluir con la corriente del canal, sin más esfuerzo que un pataleo ligero para guiar el cuerpo.
Y mientras tanto, escuchar el trinar de algunas de las 300 especies de aves que habitan la reserva y el correr del viento, observar pequeños peces plateados a través de las cristalinas aguas, y perderme en medio de las esponjosas nubes blancas que acompañaban mi recorrido. Sin duda, la promesa de “flotar hacia el éxtasis” se había cumplido.
De regreso a tierra firme, exploré con un guía experto la zona arqueológica de Muyil, una de las más importantes de las 20 que se hallan en Sian Ka’an. Descubrir las edificaciones de esta ciudad que floreció entre los años 1200 y 1250, completó esta inmersión por un rincón celestial de la Riviera Maya. visitartulum.com
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