Viajar en tren es una de las mejores experiencias que he vivido como viajera. Trataré de explicar por qué. De niña solo pude hacerlo en una ocasión y aún es uno de los recuerdos que más atesoro de la infancia. Los sonidos que emite al avanzar sobre las vías; lo estrecho de los vagones que te hacen sentir todo el tiempo abrazado; los paisajes avanzando en los ojos, haciéndote sentir parte de ellos. Muchos años pasaron para que lo volviera a hacer (los trenes de pasajeros desaparecieron en gran parte de nuestro país) y ese fue un gran regalo que Chihuahua me dio. Su famoso tren Chepe es como ese tío que siempre te prepara lindas sorpresas cuando lo visitas de nuevo y solo es preciso disfrutar de él. Fotos: Charly Ramos.
Las horas pasan volando
En México, no hay un paseo que se le compare; puedo atreverme a asegurarlo, pues no hay un medio de transporte igual, que lleve en sus entrañas 448 pasajeros y recorra 653 kilómetros atravesando diferentes poblados y distintos ecosistemas, en dos estados diferentes.
En el Chepe se experimenta el traslado de una manera excepcional. Si te cansas de estar sentado en sus amplios y cómodos asientos mirando por las ventanas, puedes caminar a lo largo de sus siete vagones y quedarte entre uno y otro para sentir la fuerza del viento, oler los aromas del campo y admirar la belleza de los paisajes.
Atraviesas por sendos valles donde pastan vacas, caballos y ovejas. Lagos y ríos muestran sus cuerpos acuíferos; los verdes del campo y azules del cielo deslumbran el firmamento. La vegetación va cambiando y de pronto, los altos pinos se convierten en rocas tan grandes, que no alcanzas a comprender cómo es que llegaron ahí.
Te puedes quedar horas absorto observando esas escenas, mientras que el Chepe continúa su camino veloz, con su traje negro y naranja, dispuesto a llevarnos a la magnificencia de la sierra Tarahumara.
Experiencia completa
Levantarse de madrugada para abórdalo bien vale la pena. El traslado hasta la estación Divisadero (la entrada a las Barrancas del Cobre) dura siete horas, así que hay tiempo para dormir un ratito en lo que sirven el desayuno, que consiste en jugo, café, pan y huevos con jamón. Éste lo ofrecen en un vagón especial adaptado con mesas para disfrutarlo mucho.
La primera parada que realiza, alrededor de las 8:30 horas, es en Cuauhtémoc, donde habitan los memonitas. Después de eso, son casi cinco horas de caminar por los vagones, tomar muchas fotografías o dejarse arrullar con el movimiento del tren.
Llegando a Divisadero se permite bajar por 20 minutos (si es que vas hasta Los Mochis), para disfrutar de la gastronomía local, sobre todo de unas suculentas gorditas que preparan mujeres que ahí habitan. No dejamos de probar las de chicharrón prensado.
Lo que sigue es bajar unos metros entre puestos de artesanías hasta llegar a un mirador. La magnificencia de una de las barrancas te hace sentir tan insignificante que solo te queda entregarte a su inmensidad y regalarte varios minutos para admirarla.
No dejes de comprar varias de las artesanías que las mujeres rarámuris allí exhiben. El olor de las hojas de pino con las que están hechas es adictivo.
Dos tipos de viajes
El Chepe ofrece dos experiencias de viaje. Una es en su tren regional; el costo del traslado hasta Divisadero es de $1,959 clase turista regional y $1,028 económica.
Otra es en el nuevo tren Chepe Express, la versión de lujo, donde los acabados de los vagones y los asientos son modernos y elegantes. Cuenta con un bar para disfrutar de un trago mientras admiras los paisajes, un vagón terraza con asientos y grandes ventanales, y un restaurante que sirve cocina de la región serrana del norte del país, Urike, del chef Daniel Ovadía. Éste solo parte desde Creel y también va hasta Los Mochis, Sinaloa. Viaje sencillo en clase ejecutiva: $6,000; turista $3,743. chepe.com.mx
También checa Sobre las vías, una experiencia a bordo del Chepe Express.