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Columna del té

Durante siglos, la relación entre el té y el arte ha sido estrecha: conoce las manifestaciones donde la bebida es musa de inspiración.

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De la taza al lienzo: La influencia del té en el arte

Pocas bebidas han dialogado con el espíritu humano de forma tan constante y versátil como el té. Su presencia silenciosa en la historia ha sido también una presencia estética. Como símbolo de contemplación, refinamiento o rebeldía íntima, el té en el arte ha logrado filtrarse en la literatura, la pintura, la música y el cine, no como un mero elemento decorativo, sino como una suerte de protagonista invisible que articula escenas, define atmósferas y resignifica gestos. Esta es la asombrosa relación del arte y el té. Fotos: Escuela Mexicana de Té

Arte y té: pareja indisoluble

 

En Asia, el vínculo entre té y arte se dio mucho antes de que Europa entendiera del todo su origen botánico. En la poesía china de las dinastías tang y song, beber té se describe como un acto de comunión interior, asociado con la búsqueda del equilibrio y la elevación espiritual. Lu Tong, en su célebre Canción del Té, compone una oda a las siete tazas que lo conducen de lo terrenal a lo etéreo, en una progresión que bien podría compararse con los siete movimientos de una sinfonía sensorial. En Japón, poetas como Matsuo Bashō integraron el acto del té a sus haikus, con una economía de palabras que recordaba la misma austeridad del cha no yu. El té no era el tema: era el silencio que rodea al tema.

Arte y té en Asia

La literatura europea, aunque menos devocional, también incorporó el té al arte literario como elemento narrativo cargado de significados. Jane Austen, Henry James o Virginia Woolf ubican sus personajes alrededor de una taza no para describir un acto cotidiano, sino para construir una tensión o un momento de revelación. La ceremonia del té en sus novelas es siempre otra cosa: un escenario donde se negocian relaciones, se esconde el deseo o se expone, con delicadeza, el conflicto. En Mrs. Dalloway, por ejemplo, una taza de té no representa solamente una pausa: es la manifestación tangible del intento por retomar el control de una jornada emocionalmente dispersa. En manos de Woolf, el té es arte y estructura narrativa.

El té como tema del arte pictórico

 

Pero no es sólo en la narrativa donde el té y el arte han dejado huella. También en la pintura su figura ha sido recurrente. En el arte japonés y chino de tinta y seda, es común encontrar escenas de casas de té o momentos de recogimiento donde la tetera, más que protagonista, es núcleo energético. En Occidente, el impresionismo recuperó ese mismo espíritu, aunque desde otro ángulo. Mary Cassatt, una de las grandes artistas estadounidenses del siglo XIX, inmortalizó en repetidas ocasiones el ritual del té en espacios íntimos y femeninos, dotándolos de un carácter introspectivo. En sus obras, como The Cup of Tea (1879-1881), lo que se observa no es la bebida, sino la construcción de una atmósfera: una coreografía entre mujeres, tazas, miradas y luz.

El té en el arte pictórico

Pablo Picasso y Salvador Dalí también se acercaron al mundo del té desde el arte, pero con una óptica más disruptiva. Dalí, particularmente fascinado por lo absurdo y lo simbólico, retrató el servicio del té como un espacio de descomposición onírica. Incluso artistas contemporáneos, como Ai Weiwei, han utilizado hojas de té prensadas como material escultórico, creando obras que critican el consumo, la memoria y la identidad cultural china. El té, en sus manos, ya no es un líquido: es historia comprimida.

Arte y té: en ondas sonoras y electromagnéticas

 

La relación entre el arte y el té también es visible en las pantallas. En el cine y la televisión, el té también ha sido recurso visual cargado de subtexto. Se puede pensar inmediatamente en Wong Kar-wai y su forma de filmar tazas que humean mientras los personajes se hunden en su melancolía urbana. O en las múltiples escenas de películas británicas donde el té funciona como ancla emocional: aparece para calmar, para enraizar, para imponer orden cuando el mundo se tambalea. En Lost in Translation (2003), la protagonista bebe té sola en un hotel de Tokio; ese gesto, sencillo y callado, encierra toda la lógica emocional del filme: la extrañeza, el aislamiento, la búsqueda de sentido.

Tetera de té caliente

Y aún queda la música al momento de abordar el vínculo entre el té y el arte. En la ópera Madama Butterfly (1904), el acto del té se representa como preludio de un abismo emocional. En el jazz, el estándar “Tea for Two” no es simplemente una canción de amor trivial, sino un homenaje a la intimidad compartida. El té, desde esta perspectiva, es una nota sostenida: acompaña, conecta, transforma.

Lo interesante, al observar su influencia cultural y la cercanía entre el arte y el té, es que el té no busca imponerse como símbolo, sino que se ofrece como espejo. Es tan versátil que lo mismo sirve al minimalismo zen que al barroquismo surrealista. Es testigo de lo íntimo y lo político, un acto estético en sí mismo. Por eso se bebe en silencio, se escribe con él, se pinta a su alrededor. Quizá por eso mismo, nunca pasa de moda. escueladete.com.mx

Además de tener cercanía con el arte, el té también puede ser un motivo para disfrutar de la naturaleza. Conoce estos Safaris de té: experiencias en las plantaciones más espectaculares del mundo